La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

miércoles, 12 de abril de 2017

Sepelios


Hace un par de días, a alguna hora intempestiva (todas lo son en estos casos) recibí la llamada de una compañía de seguros. A lo largo de los años mis reacciones se han modificado a la hora de responder a este tipo de llamadas comerciales. Al principio colgaba sin más miramientos. Luego comprobé que el sistema no funcionaba, ya que la llamada siempre se repetía hasta que el operador, inasequible al desaliento, lograba arrancarme algún tipo de respuesta. Durante una temporada me dio por responder de forma airada, reprochándoles a los inoportunos interlocutores lo poco cívico de interrumpir mi comida o mi siesta. Tampoco esto daba resultado, y mis reflexiones sobre la inmoralidad de su proceder pronto se convirtieron en simples súplicas del tipo «¡Por Dios, déjenme en paz!». Finalmente me dio por tomármelo con humor, y comencé a responder que el titular de la línea era mi padre, a quien por desgracia habíamos enterrado ese mismo día. Seguía un silencio compungido y, a renglón seguido, casi siempre murmuraban una disculpa y colgaban. Pues bien, a la larga, lo único que he conseguido con este ardid es que las compañías de seguros de sepelio les tomen el relevo a las empresas de telefonía. Como decía al principio, ayer mismo recibí la última de estas llamadas. Esta vez decidí seguir mi vocación docente y ser didáctico. «Verá usted, señorita —respondí—, no me interesa un seguro de sepelio. Y le voy a explicar el motivo. Creo que lo menos que pueden hacer mis familiares más cercanos, a quienes tanto he cuidado y por quienes tantos desvelos he sufrido, es darme un entierro decente. Si no lo hacen, siempre pesará sobre sus conciencias, y de todos modos a mí me dará igual. ¿Me comprende?» La chica se rio, me dio las buenas tardes e interrumpió la llamada. Para una vez que a uno le da por hablar en serio…

Publicado en La Tribuna de Albacete el 7/4/2017