La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

viernes, 23 de diciembre de 2016

PISA



Con todos los «peros» que se le puedan poner, lo del Informe PISA tiene sus ventajas. Las tiene, al menos, para quienes escribimos columnas de opinión y andamos faltos de tiempo y escasos de ideas. Esta vez parece que la torre de Pisa se endereza un poco y conseguimos un aprobado raspadillo. Sin embargo, los aguafiestas nos advierten de que esto no ha ocurrido por méritos propios, sino porque nuestros rivales en mediocridad han obtenido resultados peores que los de hace tres años. Como profesor que soy, es de rigor entonar el mea culpa, y reconozco que en mi gremio abundan más las quejas que las soluciones. «¿De qué puede quejarse un colectivo con tantas vacaciones?», los oigo preguntarse. Y quizás con razón. Puede que los profesores nos quejemos de puro vicio y nos empeñemos en aspiraciones descabelladas. Por ejemplo, la aspiración de recuperar las condiciones laborales que teníamos antes de que Cospedal y sus secuaces vinieran a asolar esta región. La aspiración de recuperar un plan de formación y reciclaje del profesorado (sin que los espabilados de los sindicatos metan mano en el pastel, a ser posible). La aspiración de que esos alérgicos a la tiza que se autoproclaman expertos en educación les concedan algo de importancia al conocimiento y al esfuerzo, y dejen de inventar modos de ahogar a los docentes de verdad en papeleo inútil. La aspiración de que los niños vengan medianamente educados de casa, con algunas nociones de lo que significan la atención y el respeto. Y ya puestos, de que los padres respeten el trabajo de los maestros de sus hijos, en lugar de alimentar los subterfugios de los niños y poner palos en las ruedas. Aspiraciones imposibles, sin duda. Como la de imaginar que la enseñanza en un país puede ser mejor que el nivel cultural de sus ciudadanos.


Publicado en La Tribuna de Albacete el 9/12/2016

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