La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

sábado, 23 de abril de 2016

Hace 400 años


Nos hallamos en Madrid, ante la última casa de la calle del León, la que hace esquina con Francos. Es el 22 de abril de hace cuatrocientos años. No sabemos la hora con exactitud, aunque imaginamos que es de noche, pues la oscuridad nos parece más propicia que el día para los acontecimientos luctuosos. Desde la calle, donde nos encontramos, oímos llantos de mujeres. Pronto nos enteramos de que el anciano que vive en el primer piso, ese viejo soldado que en los últimos años ha cosechado cierta fama como literato, acaba de morir. Decidimos a subir a presentar nuestros respetos. Nos abre Constanza, la sobrina del anciano. A Catalina, la viuda, no la vemos. Imaginamos que se halla velando el cuerpo de su esposo. Entre sollozos, Constanza nos dice que el entierro es mañana, en una pequeña iglesia que hay a dos calles de aquí. Será un entierro humilde. Esta familia no está para lujos y así lo quería el anciano. También dejó dispuesto que lo amortajaran con el hábito franciscano y que llevaran sus restos al convento de las trinitarias descalzas, porque fueron monjes de la Orden Trinitaria quienes negociaron su libertad allá en Argel, donde estuvo cautivo durante cinco años. Pero eso fue hace mucho tiempo, cuando el anciano era un soldado recién licenciado, en otra vida. Ayer le dieron la extremaunción y hoy se nos ha ido. Sus últimas líneas, tomadas al dictado, fueron de despedida. Dijo que sabía que su tiempo se acababa. Dijo que tenía miedo y que se aferraba con todas sus fuerzas a la poca vida que le quedaba. Mañana todos estaremos en su entierro. Al menos todos los que hablamos y escribimos en esta hermosa lengua castellana que él nos dejó en herencia. Es el 22 de abril del año 1616 y acaba de morir Miguel de Cervantes. 

Publicado en La Tribuna de Albacete el 22/4/2016.

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