La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

miércoles, 10 de junio de 2015

Cocineros


De un tiempo a esta parte, cada vez que enciendo la televisión me aparece un show culinario. Si llevo bien la cuenta, de MasterChef se emiten la versión española, la norteamericana, la italiana y, en el colmo del exotismo, incluso la australiana. En cuanto a Alberto Chicote, se trata únicamente del trasunto nacional (e igualmente malhablado) del escocés Gordon Ramsay. Pero ¿qué ha pasado para que ciertos cocineros se hayan convertido en megaestrellas? ¿Cómo es posible que los programas de cocina acaparen tiempo de programación en hora de máxima audiencia, en detrimento de las películas y las series? Yo creo que lo que convierte a estos programas en espectáculo no es su carácter didáctico, sino la atracción morbosa que ejerce en el espectador la contemplación del fracaso ajeno. Cuando vemos cómo un restaurante se va a pique o cómo expulsan a un participante de un concurso de cocina empleando los términos más vejatorios, nos provoca placer el hecho de no tener que pasar por ese trance, la libertad de poder ir a nuestra cocina y perpetrar una paella o una tortilla de patatas sin tener detrás a un impertinente que nos ponga a parir (salvo algún cuñado o similar al que siempre se le puede mandar al guano). Nunca he creído en la cocina como manifestación cultural, y la idea de equiparar un guiso, por sofisticado que sea, con un buen libro, con un cuadro o con una canción me parece sencillamente aberrante. Pero en estos tiempos confusos todo se trastoca, y si un tarugo que le da patadas a un balón puede adquirir categoría de héroe, ¿por qué no elevar a un cocinero al rango de gran artista? A este paso me veo a los virtuosos de la música clásica cambiando el frac por el delantal y aprendiendo a hacer croquetas. Total…

Publicado en La Tribuna de Albacete el 5/6/2015

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