La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

viernes, 3 de abril de 2015

Vacaciones


Aunque para muchos la Semana Santa hace tiempo que perdió su santidad, diría que estas fechas conservan algo de su carácter sagrado. Supongo que la cosa tendrá que ver con el tránsito del invierno a la primavera, un cataclismo de tal magnitud que uno se ve arrastrado por él aunque no quiera: floraciones desaforadas, alergias, bichos, picores, tardes interminables y ese rito funerario de enterrar la ropa de invierno en las profundidades del armario y salir a la calle, victorioso y resucitado, a disfrutar del sol. En estos mismos instantes, mientras le doy a la tecla sentado a la sombra, me arrulla el zumbido de unas veinte abejas que se afanan en torno a un cerezo en flor que tengo plantado en mitad del patio. Son seres pacíficos y laboriosos a los que las fuerzas ciegas de la evolución les regalaron el don de la utilidad, y sin duda un lugar de preferencia en el orden secreto de las cosas. Apenas se cuelan otros ruidos en mi patio. Si acaso algunos trinos de pájaros, residentes habituales de este sitio que llamo mío pero en el que apenas soy un intruso. Y también los bostezos de mi pequeño bichón maltés, al que por algún motivo le gusta observarme mientras escribo, y en cuyos ojillos negros e insondables encuentro un consuelo mayor que el que me depararía cualquier rito religioso de los que hoy se celebran. Sin embargo, por fuerza tiene que ser santa esta semana que nos brinda la oportunidad de reencontrarnos como seres humanos, de dejar atrás los fantasmas de nosotros mismos que hemos sido durante esos meses de frío y de oscuridad. Es el momento del sosiego, de tomar aliento y prepararse para las calamidades que se avecinan, y me refiero a las próximas campañas electorales, esos interludios de ruido y de furia en los que unos señores que viven mucho mejor que sus vecinos nos pedirán a gritos nuestro apoyo para que todo siga igual.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 3/4/2015

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