La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

viernes, 30 de agosto de 2013

Calidad y sostenibilidad


Con el nuevo curso académico a la vuelta de la esquina, quienes nos dedicamos a enseñar tomamos aliento y procuramos poner las cosas en perspectiva. A veces es necesario distanciarse de la realidad para no sucumbir aplastados por ella. No en vano los dos cursos anteriores (sobre todo sus comienzos) han sido de lo más catastrófico que se recuerda desde Chernobyl. El 2011-2012 fue el del tijeretazo (más bien el de la puñalada). Ya estábamos en septiembre, a pocos días de comenzar. Los equipos directivos tenían ultimados los horarios y demás cuestiones organizativas. De repente, desde la consejería anunciaron que los profesores debían sumar dos horas a sus horarios lectivos. El curso arrancó en medio del caos más absoluto. Los alumnos veían desfilar por las aulas a profesores que no sabían si les darían clase o no, profesores que se quedaban mirándolos con la expresión atónita de quien no entiende lo que está ocurriendo. Mientras tanto, los equipos directivos trabajaban a la desesperada para rehacer los horarios. Muchos profesores interinos perdieron sus trabajos, y otros que eran funcionarios desde mucho tiempo atrás comprendieron que sus destinos definitivos estaban en peligro. Hubo manifestaciones, asambleas y camisetas verdes, y la sensación creciente de que aquello era una pesadilla de la que necesariamente tendríamos que despertar.
Pero la pesadilla se prolongó el curso siguiente, el 2012-2013, con nuevos despidos, otra hora lectiva que sumar a las ya impuestas y el aumento de alumnos por grupo (la denominada «ratio»). La mayoría de la gente no comprendió por qué, con los tiempos que corren, los profesores protestaban tanto por tres miserables horas más. Ya querrían muchos disfrutar de nuestros privilegios, de nuestro cómodo horario, de nuestras vacaciones. La administración sabe que no existe mordaza más eficaz que una opinión pública manipulada, y la mayoría de las familias no simpatiza demasiado con las cuitas de los profes de los niños. Por eso resultaba ocioso explicar que tres horas más en el horario de un profesor supone todo un grupo más al que dar clase, más de treinta alumnos adicionales a los que enseñar, atender y evaluar. Si a ello le sumamos el aumento de las ratios, comprobamos que el número de alumnos por profesor se ha incrementado en un 20% en los dos últimos cursos, con la consiguiente merma de la atención que los alumnos y sus familias pueden recibir.
Hace unos días, oí a Marcial Marín (consejero de educación y de otras cosas de las que tampoco entiende mucho) declarar que los dos cursos anteriores se habían centrado en la sostenibilidad, y que el próximo será el de la calidad. Como hemos visto, la «sostenibilidad» se fundamenta en profesores sobrecargados de trabajo, empleos precarios y despidos. Y a todo ello hay que sumar que los centros han sufrido un brutal recorte de sus presupuestos (en el caso del IES Bachiller Sabuco, por citar un ejemplo cercano, de más del 50% en tres años). Afrontar el pago de los recibos de suministros (calefacción, luz) se ha convertido en una empresa imposible. El mantenimiento de los colegios se ha reducido a lo más urgente, y en el caso de edificios antiguos, en los que el coste de mantenimiento se dispara, ni siquiera a eso. Antes las empresas de suministros y servicios se nos disputaban por buenos pagadores, ahora nos hemos convertido en morosos profesionales. En cuanto a la calidad, hemos tenido ya las primeras muestras de ella este verano, con un programa llamado «Abriendo Caminos» con el que la Consejería de Educación ha tratado de maquillar sus desmanes. Alumnos de cuarto de ESO con un máximo de tres suspensos han recibido clases de apoyo en Lengua y Matemáticas durante el mes de julio, clases que se reanudarán en septiembre. ¿Y qué hay de los alumnos con cuatro, cinco y seis suspensos? Naturalmente, a ellos se les ha cerrado el camino, porque son los chicos y chicas que seguramente tendrán que repetir curso, poniendo en entredicho la eficacia del programa. Por otro lado, la «calidad» se seguirá basando en esa supuesta «enseñanza bilingüe» que naufraga por falta de medios y de profesores con conocimientos en lenguas extranjeras, pero que se sigue vendiendo como el súmum de la excelencia. Algunos pensamos que la calidad debería cifrarse en grupos menos numerosos que permitieran abordar las dificultades de cada alumno con más eficacia. Pero la administración nunca anda escasa de oportunistas y mercenarios que le hagan el trabajo sucio, y la propaganda seguirá en marcha mientras la nave de la educación pública se va a pique.
En fin, el curso de la calidad está a la vuelta de la esquina. Tomemos aliento, miremos las cosas en perspectiva y preparémonos para lo peor.

Aparecido en La Tribuna de Albacete el 30/8/2013

1 comentario:

Anónimo dijo...

Desde Madrid escribo, además de suscribir todo lo que has escrito, que la educación bilingüe es la puerta que a largo plazo puede llevar a la desaparición del funcionariado en la enseñanza. Aquí nos han impuesto a británicos contratados que sin tener ni papa de español han asumido hasta 24 horas lectivas por menos dinero del que cobra un profesor. Además, la implantación de estos programas suponen el desplazamiento de docentes con muchos años de carrera a sus espaldas que pierden todos sus derechos de un plumazo, a los que ni siquiera se les da la posibilidad de reciclarse ni se les forma de ninguna manera. El horizonte de esta gente está en la educación franquista.