Todo el mundo sabe que la sirena es una criatura híbrida: hermosa
muchacha de cintura para arriba y pez de cintura para abajo. Así nos la
describió Andersen y nos la mostró Walt Disney. Pero no siempre ha sido de ese
modo. Mucho más antiguas y prestigiosas son las versiones griegas del mito. El
encuentro que Ulises tuvo con ellas constituye un famoso episodio de su regreso
a Ítaca. Tras pasar una temporada retozando con la hechicera Circe, Ulises
decide que ya va siendo hora de regresar junto a Penélope. «Escucha ahora tú lo que voy a decirte», le
dice Circe antes de su partida. «Primero llegarás a las sirenas,
las que hechizan a todos los hombres que se acercan a ellas. Quien acerca su
nave sin saberlo y escucha la voz de las sirenas ya nunca se verá rodeado de su
esposa y tiernos hijos; antes bien, lo hechizan éstas con su sonoro canto
sentadas en un prado donde las rodea un gran montón de huesos humanos
putrefactos, cubiertos de piel seca.» El caso
es que Ulises no quiere dejar pasar la oportunidad de escuchar los famosos
«cantos de sirena» y le ordena a su tripulación que mantengan sus oídos
taponados con cera. Él será el único capaz de oír a las sirenas, que para eso
es el jefe, no sin antes tomar la precaución de hacerse atar al mástil de la
nave, pues de otro modo acabaría enloqueciendo y lanzándose al mar, y sus huesos
alimentarían el montón de restos humanos devorados por las criaturas, cuyo
aspecto Homero no describe. Por fortuna, existen otras menciones del mito en la
literatura clásica (es célebre la de Jasón
y los argonautas), y no escasean tampoco las
representaciones iconográficas, sobre todo en la decoración de piezas de
cerámica. De este modo sabemos que las sirenas en versión clásica no poseían
largas cabelleras, pechos turgentes y colas de pez. Eran también una mezcla de
animal y mujer, pero en este caso el animal era un ave marina. Así pues, debemos
imaginarlas como una especie cormorán con torso y cabezas femeninos. Y en
absoluto dulces y bondadosas, toda vez que su afición principal era atraer a
los marineros, hacer que sus naves naufragaran en los escollos y devorarlos sin
más miramientos.
Tengo entendido que hoy se presenta en nuestra ciudad un libro sobre
misterios, enigmas y otras cuestiones paranormales, todo ello en versión
autóctona. En realidad, a mí casi todas las cosas que ocurren en Albacete me
parecen paranormales, por lo que no creo que los autores del libro hayan andado
escasos de material. Pero me da la impresión de que han olvidado mencionar la
versión local del mito de las sirenas, tal vez porque nuestra lejanía del mar
hace que esta historia sea demasiado paranormal para los libros normales sobre
historias paranormales. Pero yo he descubierto dónde están las sirenas de
Albacete y aquí les brindo este enigma a esos audaces investigadores de lo
oculto. Todas ellas se ubican en un tramo de escasos cincuenta metros de la
calle Concepción, justo al cruzar la calle Gaona. No tienen aspecto de aves
marinas ni poseen colas de pez, pero todos sabemos que los mitos se van
actualizando a la posmodernidad. Lo que está claro es que tampoco son muchachas
convencionales. En invierno van enfundadas en ceñidísimos atavíos que les
marcan cosas que ninguna muchacha normal sería capaz de marcar. En verano las
podemos admirar casi en cueros. Y, como buenas sirenas que son, emplean sus
encantos y la dulzura de sus voces para arrastrarnos al interior de sus
locales, donde, con un poco de suerte, tal vez acabemos devorados por ellas.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 4/6/2012
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