La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

viernes, 6 de febrero de 2009

Solipsismo

Andaba yo devanándome los sesos en busca de un tema para el artículo de hoy y acabo de darme cuenta de que llevo ya un año escribiendo esta columna. El 6 de febrero del 2008 aparecía el primer artículo de La Ley de Murphy. Luego, si no me equivoco, han venido otros 52, incluyendo el del pasado viernes. Repaso los temas que he tocado y me sorprende su variedad. He escrito sobre la enseñanza y sobre los tangos, sobre el esperanto y el espiritismo, sobre Google y la feria de Albacete, sobre las pesadillas y los gimnasios, sobre la muerte y sobre el dolor de muelas, sobre el fútbol y el Big Bang, y así sucesivamente hasta que esta columna ha llegado a parecerse a uno de esos bazares chinos donde se vende casi de todo. Al cabo de un año va siendo hora de explicar por qué me empeño en salpicar en todas direcciones en lugar de ceñirme a un tema, ya sea éste la política, el deporte o las artes y tradiciones populares. Desde luego, es lo que haría cualquier columnista como Dios manda. El motivo es que tengo muy poco de columnista como Dios manda. Es más, creo que nunca hubo persona menos capacitada que yo para firmar colaboraciones en un periódico.

Por definición, un diario debe ceñirse a la actualidad e informar a sus lectores sobre lo que pasa, mientras que yo cada día me siento más ajeno a la actualidad, y lo que pasa suele pasarme de largo. Cuando el director de La Tribuna tuvo la amabilidad de invitarme a escribir una columna semanal, le propuse escribir en un tono más bien literario y él aceptó, aunque me imagino que un poco mosqueado con la idea de que acaba de toparse con un mal imitador de Umbral o de Millás. En realidad, lo del «tono literario» no era más que un modo de escurrir el bulto. Pero el problema seguía ahí. ¿Se puede escribir en un periódico sin abordar los temas que se consideran de interés informativo? Entonces comprendí que, en efecto, la respuesta sólo podía venir de la mano de la literatura.

Alguien (tal vez Bernard Shaw) dijo que la literatura es el arte de interesar a los demás en aquello que sólo le interesa a uno. En este sentido, creo que todo escritor, incluidos los columnistas de opinión, peca un tanto de solipsista, entendiendo el solipsismo como aquella teoría filosófica según la cual el mundo exterior no es sino una emanación de nuestra mente. En un monstruoso acto de egocentrismo, hay quien ha llegado a pensar que sólo ellos existen, y que el mundo que les rodea, con todos sus objetos y criaturas, es sólo un producto de su imaginación. Esto lo entienden muy bien los escritores, cuya tarea principal consiste en crear mundos de ficción y en lograr que los lectores incorporen esos mundos a su propio imaginario. Y ahora que lo pienso, ¿no es también una presunción gigantesca el dar por sentado que uno tiene lectores? Veamos. Si exceptúo a mi mujer, mis padres y algún que otro amigo bien intencionado, no tengo constancia de que nadie en absoluto lea esta columna. ¿Y si resulta que estoy solo en mitad de un solipsismo, que no soy más que una vocecilla que discursea a solas desde las páginas de un periódico, tinta vertida en vano, nada? Reconozco que la idea me angustia y me hace sentir un leve escalofrío metafísico.

Pero hay un modo de salir de dudas. Ustedes saben qué aspecto tengo. Desde el primero de esta serie de artículos mi foto aparece en la parte superior, justo debajo del título. Se trata de una imagen que me hace bastante justicia. Si acaso, puede que haya engordado tres o cuatro kilos desde que me la hicieron la foto, pero creo que no les costaría trabajo reconocerme si se cruzaran conmigo por la calle. ¿Qué les parece si, mediante algún gesto, me hacen saber que han leído este artículo? Debería ser algo deliberado. Quiero decir que no bastaría con sonreírme o con guiñarme el ojo, pues entonces no sería capaz de distinguirlos de las docenas de muchachas que me sonríen o me guiñan el ojo a diario. ¿Qué tal si se llevan el dedo índice a la punta de la nariz y se dan unos golpecitos? De este modo yo sabría que el medio centenar de historias peregrinas que he contado desde esta columna han despertado la curiosidad de algún lector. Incluso me ofrezco a invitarles a un café y a escuchar sus sugerencias. Lo único que les pido es que no me abronquen por no escribir una columna de opinión seria, una columna como Dios manda. Nunca he pretendido usurpar la labor de los periodistas. Lo mío es más bien contar historias. Otra cuestión es que me queden historias para que La Ley de Murphy aguante un año más.

Aparecido en La Tribuna de Albacete el 6/2/2009

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ya sabes que a mí lo de tocarme me va, pero prefiero tocarme otras partes menos púdicas antes que la punta de la nariz.

Espero que este "gesto" sirva para que me pagues ese café que ofreces tan alegremente.

¡Ah! y no te hagas ilusiones: no has engordado SÓLO tres o cuatro kilos...