El miércoles fue mi cumpleaños. No sé si esto de haber nacido en Nochebuena imprime carácter. Lo que puedo asegurar es que el hecho de haber venido al mundo un 24 de diciembre no me ha convertido en alguien especialmente devoto de las Navidades. En la infancia puede que sí. Pero con los años uno comienza a mirar estas fiestas como una época especialmente funesta (¿de dónde piensan que viene el «fun, fun, fun» del villancico?). Me aterran las multitudes que invaden las calles, el tráfico y las compras a destajo. Las manadas de adolescentes beodos que asolan la ciudad de madrugada, y los niños que toman el relevo de día armados con esprays de nieve (comprados en los chinos y a buen seguro tóxicos). Me aterran las ingestas masivas de comidas grasas y las dosis también masivas de almax y omeprazol. Y esas resacas asesinas contra las que no hay analgésico que valga. Odio con toda mi alma los anuncios de colonias y perfumes, que este año son especialmente detestables. Los niños del colegio de San Ildefonso me dan grima, y a las burbujas de Freixenet las metería a todas en un convento. Me espanta la idea de la diversión institucionalizada, de tener que ser felices porque sí, porque lo ordenan Ramón García, El Corte Inglés y S. M. el Rey en su tradicional discurso navideño. En cuanto a la leyenda de que ésta es la época del calor familiar y los buenos deseos, puedo señalar que algunas de las trifulcas familiares más memorables que recuerdo han ocurrido precisamente durante la cena de Nochebuena o de Año Nuevo. Las Navidades me producen tanta fatiga que empiezo a notar sus efectos a mitad de noviembre. Si pudiera, dedicaría las fiestas a realizar una breve hibernación, desde el 23 de diciembre al 7 de enero. Saldría de la cama cuando las bombillitas de colores ya estuvieran fundidas y el mundo hubiera recuperado la cordura. Ya ven, uno comparte fecha de nacimiento con el niño Jesús y acaba convertido en el señor Scrooge del cuento de Dickens, sólo que irredento y en versión albaceteña.
Para más inri, este azar de haber nacido en Nochebuena me convierte en víctima permanente de una broma a la que nadie parece capaz de resistirse: «Vaya, pues menuda Nochebuena le diste a tu madre». He perdido la cuenta de los graciosos que me han espetado el chistecito creyéndose muy ocurrentes. ¿Qué culpa tengo yo de haber nacido en una fecha tan absurda, y encima de haber pesado cuatro kilos? Más bien creo que fue culpa de mi madre por no haber tenido un niño prematuro, lo que a ella le habría ahorrado varias horas de parto, y a mí el fastidio de haber nacido en fecha tan señalada. El alumbramiento de aquel bebé con cierto aire cardenalicio tuvo lugar en 1963, en un Albacete que imagino muy distinto del de ahora. Más frío, más mortecino, menos pagado de sí mismo. Una ciudad anclada en la provincia más profunda, perdida en medio de un océano de soledad, incapaz de soñar con Eurocopter, con el campo de golf y con las grandes superficies comerciales. O con que un día vendría Pérez Castell para rescatarla del olvido. Una población sin pretensiones, con una vocación mucho más agropecuaria que industrial y urbana. Y sin embargo, confieso que a veces añoro aquel entrañable poblachón en blanco y negro, borrado ahora por el vendaval del tiempo, el mismo vendaval que ha convertido a aquel infante rollizo nacido en Nochebuena en el señor de mediana edad que hoy, melancólico, teclea estas líneas.
En otro orden de cosas, propongo combatir el marasmo navideño dedicando estas fiestas al noble ejercicio de la lectura. Por ello me atrevo a terminar con algunas recomendaciones literarias, que podrían resultar también de cierta utilidad a la hora de elegir un regalo. Entre los libros que más he disfrutado este año, mencionaré sin dudarlo la extensa novela Los hombres que no amaban a las mujeres del sueco Stieg Larsson (en Destino), un intenso y entretenidísimo thriller detectivesco que constituye la primera parte de la trilogía Millennium. Precisamente por estas fechas aparece la segunda entrega, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina, también muy prometedora. Sigo hipnotizado con las historias de Haruki Murakami. La que voy a recomendar aquí es uno de los títulos que Tusquets ha publicado ya en bolsillo: Al sur de la frontera, al oeste del sol. De mi admirado Ian McEwan quiero mencionar la novela Chesil Beach, una historia llena de sensibilidad sobre dos jóvenes que llegan al matrimonio sin apenas conocerse (Anagrama). Para los que encaran el nuevo año con optimismo, recomiendo Cómo follar con todas, de Tony Clink (Debolsillo), porque la autoayuda bien entendida empieza por uno mismo. Por último, un título de lectura imprescindible para todo aquel que desee escribir reseñas literarias como ésta: Cómo hablar de los libros que no se han leído, de Pierre Bayard, en la colección de ensayo de Anagrama. Y nada más. Que las Navidades los traten bien. Y que sobrevivan a las fiestas con la mayor dignidad y los menos quebrantos posibles. Ya vendrá enero y podrán reponerse.
1 comentario:
Eres único. :)
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