La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

domingo, 22 de diciembre de 2019

Superman



Una de las experiencias más surrealistas que recuerdo ocurrió durante el viaje de novios de mis segundas nupcias. Fuimos a la costa este de los Estados Unidos y rematamos el recorrido en Los Ángeles. El último día visitamos Hollywood Boulevard, donde debes andarte con cuidado para no pisar las estrellas que hay en el suelo. Y puedo asegurar que no es fácil, porque la muchedumbre es tal que al menor descuido recibes un empujón y acabas pisoteando el nombre de Michael Jackson o de Humprey Bogart, todo un trauma para cualquier mitómano que se precie Además, aquel día había tomado unas cervezas de más y me resultaba difícil esquivar a la hueste de turistas, en especial ante el Teatro Chino de Grauman, donde se plantan los tipos disfrazados de Yoda y de Buzz Lightyear, de Marilyn y Freddie Kruger. Aquellas docenas de metros que recorrí algo ebrio y asediado por tristes remedos de los mitos de Hollywood tenían la textura de los sueños o de las pesadillas. Pero el colmo fue toparme con Superman, un Superman demacrado y cincuentón con dos grandes cercos de sudor tatuados en los sobacos. El aspecto del tipo era tan pintoresco que quise retratarme con él, aunque mi mujer me hizo cambiar de idea de un codazo. Ahora lamento no haber insistido. Hace unos días supe que aquel Superman de pacotilla se llamaba Christopher Dennis, que en su juventud fue aspirante a actor y que el infortunio lo convirtió en aquel desdichado que mendigaba unos dólares a cambio de una fotografía. El aspirante a Hombre de Acero apenas llegó a Hombre de Hojalata. También supe que hace poco encontraron su cadáver en un contenedor de basura. Christopher Dennis quiso ser Christopher Reeve, pero tuvo que conformarse con compartir su trágico destino. Sin embargo, para mí siempre será una leyenda.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 29/11/2019

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