Una
de las experiencias más surrealistas que recuerdo ocurrió durante el viaje de
novios de mis segundas nupcias. Fuimos a la costa este de los Estados Unidos y
rematamos el recorrido en Los Ángeles. El último día visitamos Hollywood
Boulevard, donde debes andarte con cuidado para no pisar las estrellas que hay
en el suelo. Y puedo asegurar que no es fácil, porque la muchedumbre es tal que
al menor descuido recibes un empujón y acabas pisoteando el nombre de Michael
Jackson o de Humprey Bogart, todo un trauma para cualquier mitómano que se
precie Además, aquel día había tomado unas cervezas de más y me resultaba
difícil esquivar a la hueste de turistas, en especial ante el Teatro Chino de
Grauman, donde se plantan los tipos disfrazados de Yoda y de Buzz Lightyear, de
Marilyn y Freddie Kruger. Aquellas docenas de metros que recorrí algo ebrio y asediado
por tristes remedos de los mitos de Hollywood tenían la textura de los sueños o
de las pesadillas. Pero el colmo fue toparme con Superman, un Superman demacrado
y cincuentón con dos grandes cercos de sudor tatuados en los sobacos. El
aspecto del tipo era tan pintoresco que quise retratarme con él, aunque mi
mujer me hizo cambiar de idea de un codazo. Ahora lamento no haber insistido. Hace
unos días supe que aquel Superman de pacotilla se llamaba Christopher Dennis,
que en su juventud fue aspirante a actor y que el infortunio lo convirtió en aquel
desdichado que mendigaba unos dólares a cambio de una fotografía. El aspirante
a Hombre de Acero apenas llegó a Hombre de Hojalata. También supe que hace poco
encontraron su cadáver en un contenedor de basura. Christopher Dennis quiso ser
Christopher Reeve, pero tuvo que conformarse con compartir su trágico destino.
Sin embargo, para mí siempre será una leyenda.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 29/11/2019
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