La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

domingo, 15 de diciembre de 2019

Retretes



El asco es una experiencia universal, pero cada cual padece sus fobias particulares. A mí me produce aversión la idea de usar un lavabo público. Esto puede parecer normal, dado que ciertos establecimientos no se esmeran con la limpieza de sus instalaciones. Y a la vez abundan los usuarios que incurren en prácticas bastante censurables cuando el baño en cuestión no es el de su casa. Esta misma semana, los propietarios de una cafetería que frecuento se quejaban de la falta de puntería de quienes usan su servicio de caballeros. Esto suele obedecer a una especie de reacción en cadena. Si quien llega al baño se encuentra un charquito alrededor de la taza del váter, procurará, en la medida de lo posible, abstenerse de poner los pies sobre los orines ajenos. La distancia creciente al objetivo facilita que ese charquito se agrande con cada micción hasta convertirse en un señor charco. Luego está la posibilidad de encontrar la porcelana mancillada por residuos sólidos. Aquí mi fobia se convierte en pesadilla: en mis sueños a veces necesito un váter con urgencia, pero todos los que encuentro están tan puercos que resultan impracticables. Ya ven, hay gente que sueña con volar o con unicornios. Yo, en cambio, sueño con váteres llenos de mierda. Toda esta discusión me lleva a rememorar los dos váteres más sucios que he visitado en mi vida. El primero se remonta a mis años mozos y estaba situado en una taberna de la calle Tejares cuyo nombre, piadosamente, he olvidado. Imagínense que a veces recibíamos con vítores a quienes se aventuraba en aquel antro. El otro baño infecto, miren por dónde, me lo encontré en la sección egipcia del Museo Británico, y calculo que no había sido limpiado desde los tiempos de Amenofis V. El hecho de haber escrito este artículo cuando debería estar preocupado por las elecciones del domingo que da que pensar.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 24/5/2019

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