Al PP
le han salido hijos bastardos a diestro y siniestro y, ante el imparable
proceso de crecimiento de los enanos, ha decidido centrarse. De la fachada de Génova
ha desaparecido el cartelón con la foto de Pablo Casado, ese aspirante a
convertirse en un nuevo Aznar, porque el viejo cada vez está más ceñudo y
desquiciado, y con él no hay bozales que valgan. Sin embargo, a diferencia de
Aznar, Casado es un político recién sacado del estuche, de estos que afirman
“haber entendido el mensaje de los votantes”, lo que se puede leer como el
viejo chiste de Groucho Marx: “Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo
otros”. Creo que por mucho que se centre, le va a resultar difícil quitarse de
encima el tufo a derechona que se le ha quedado pegado al traje después de la
última campaña. Eso se lo tiene que agradecer a los recalcitrantes señores de
Vox, que de la noche a la mañana se han convertido en los reyes de la caverna.
Casado ha intentado recolectar el voto más rancio y casposo y le ha salido el
tiro por la culata. Y encima se ha topado de bruces con Rivera, que viene a ser
su clon, pero que todavía puede permitirse dárselas de adalid contra la
corrupción y, al menos de lejos, da la impresión de ser algo menos veleidoso y
embustero. Con todo y con eso, Pablo Casado parece dispuesto a reconquistar al
votante moderado, aquel que se proclama “de centro”, por lo que no ha vacilado
en sacrificar su efigie de la fachada de Ferraz y sustituirla por el eslogan “Hay
partido”. Quizás lo que Casado debería entender que el espacio político del
centro no existe, que se trata de un reclamo para aquellos que no quieren
significarse o no tienen muy claros sus ideales y sus intereses.
domingo, 15 de diciembre de 2019
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