La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

domingo, 15 de diciembre de 2019

La lluvia



La lluvia casi siempre es beneficiosa, pero a veces resulta providencial. La que nos cayó el miércoles, sin ir más lejos, tuvo la virtud de devolverle algo de su pulso vital a esta ciudad, que empezaba a parecerse a un campamento de beduinos. Escribo estas líneas el miércoles por la noche. La lluvia ha cesado, pero las ventanas abiertas siguen brindando frescor y aromas a tierra mojada. Parece que mañana ya no lloverá y que las temperaturas remontarán de nuevo. Y confieso que lo lamento, porque el simple y casi olvidado gesto de abrir el paraguas y contemplar el agua goteando por las varillas ha sido una bendita terapia, casi un milagro. Ha sido como despertar después de una mala noche y colocarse bajo el chorro de la ducha para que el agua se lleve la fatiga, las legañas y los malos pensamientos. Por desgracia, hay pesadillas tan obstinadas que ni un diluvio bíblico conseguiría barrerlas. Ahí siguen las zanjas, los camiones y las excavadoras, estruendosos testigos de que vivimos en una ciudad sitiada por unas obras públicas que nunca concluyen, simplemente se adormecen para despertar al verano siguiente con renovada furia. No contentos con amargarnos el verano, esos mismos monstruos de acero y gasoil se han ensañado con otro pedazo de nuestra memoria. Al pasar hoy por la plaza Mayor, he descubierto que otra hermosa casa del Albacete de siempre ha quedado reducida a un montón de escombros. No importa quién nos gobierne, la única política urbanística que prospera aquí es la que dicta la tiranía de la piqueta. Vivimos en una ciudad aquejada de amnesia, en guerra permanente con su pasado. Una ciudad devastada por la voracidad inmobiliaria que cada día nos resulta más hostil, más fea y más impersonal. A pesar de las promesas que trajeron las lluvias del miércoles, algunas cosas solo cambian para peor.

Artículo publicado en La Tribuna de Albacete el 23/8/2019        

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