La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

miércoles, 22 de abril de 2015

Historias


El sábado pasado visitamos Chinchilla invitados por Arturo Tendero, que ha sido alcalde y concejal de cultura, y presume de chinchillano de adopción cada domingo desde estas páginas. Fuimos más de cincuenta los que empleamos toda la mañana y buena parte de la tarde en deambular por ese túnel del tiempo que es Chinchilla, que viene a ser el barrio antiguo del que Albacete carece, el centro histórico de una ciudad que prácticamente carece de historia. El hecho de que se encuentre a 15 km de esta capital, que en realidad nació a su sombra, ha sido al mismo tiempo su bendición y su condena. Chinchilla ha mantenido sus esencias, pero los albures del tiempo y la cercanía de Albacete precipitaron su declive. Hemos leído sobre la historia de Chinchilla, pero una cosa es la historia y otra las historias, e historias fueron las que Arturo nos contó durante el recorrido. La de César Borgia, prisionero en la fortaleza que hoy vemos desmochada, que muy cerca estuvo de precipitar al alcaide desde lo alto de la torre del homenaje. La de esa sima de la Plaza Mayor que se tragó cinco camiones de tierra y escombro sin inmutarse. La de aquel intrigante corregidor de Albacete que impidió que Fernando VII pernoctara en Chinchilla, pero no pudo evitar que el monarca Borbón la proclamara villa fidelísima. Historias y más historias. Precisamente la semana entrante celebramos el Día del Libro. La sustancia del mundo es amorfa hasta que la moldea un narrador. Como el magnífico escritor que es, Arturo lo sabe muy bien. Sus relatos convirtieron una reunión de amigos en una jornada para el asombro y el recuerdo. Puede que Chinchilla esté a punto de perder un buen concejal y alcalde. Sin embargo, mi ingenuidad me hace pensar que el mundo necesita más escritores y menos políticos.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 17/4/2015

viernes, 10 de abril de 2015

Chats


¿Quién no está hoy en día en algún grupo de whatsapp? El problema es que dichos grupos casi siempre degeneran. Los de padres de alumnos, por ejemplo, suelen convertirse en patios de vecinos donde se pone a bajar de un burro a maestros y profesores. Esta semana hemos sabido que los maestros de cierto colegio madrileño tenían un chat privado en el que se dedicaban a poner verdes a los niños y a sus padres. Alguien ha hecho una selección de los comentarios más vejatorios y los ha buzoneado por el pueblo, y ahora a los profes los quieren linchar. Esto me recuerda una ocasión en la que unos amigos y yo tomábamos café al tiempo que rajábamos apaciblemente contra unos individuos que perpetraban cierta web literaria. A los pocos días, en dicha web se citaban fragmentos de nuestra conversación aderezados con un surtido de insultos hacia nosotros. Algunas veces yo también critico y oigo criticar a mis alumnos, con frecuencia en términos poco edificantes. Incluso los padres y las madres merecen más de un comentario que en otro contexto podría considerarse ofensivo. Sé de buena tinta que los alumnos hacen lo mismo con nosotros, entre ellos y con sus familias. Me imagino que, al acabar la jornada, el policía municipal comenta con sus compañeros lo que le ha pasado con ese idiota al que quiso multar y lo cubrió de insultos. Hasta puede que los jueces y médicos despotriquen lo suyo en sus círculos de amigos (siempre sin quebrantar el secreto profesional o el secreto de sumario). Conviene separar el ámbito público del privado. A nadie se le debe negar el derecho de desahogarse en privado, entre gente de su confianza. Lo demás son cazas de brujas. Y, puestos a linchar a alguien, yo siempre me decantaría por el soplón.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 10/4/2015

viernes, 3 de abril de 2015

Vacaciones


Aunque para muchos la Semana Santa hace tiempo que perdió su santidad, diría que estas fechas conservan algo de su carácter sagrado. Supongo que la cosa tendrá que ver con el tránsito del invierno a la primavera, un cataclismo de tal magnitud que uno se ve arrastrado por él aunque no quiera: floraciones desaforadas, alergias, bichos, picores, tardes interminables y ese rito funerario de enterrar la ropa de invierno en las profundidades del armario y salir a la calle, victorioso y resucitado, a disfrutar del sol. En estos mismos instantes, mientras le doy a la tecla sentado a la sombra, me arrulla el zumbido de unas veinte abejas que se afanan en torno a un cerezo en flor que tengo plantado en mitad del patio. Son seres pacíficos y laboriosos a los que las fuerzas ciegas de la evolución les regalaron el don de la utilidad, y sin duda un lugar de preferencia en el orden secreto de las cosas. Apenas se cuelan otros ruidos en mi patio. Si acaso algunos trinos de pájaros, residentes habituales de este sitio que llamo mío pero en el que apenas soy un intruso. Y también los bostezos de mi pequeño bichón maltés, al que por algún motivo le gusta observarme mientras escribo, y en cuyos ojillos negros e insondables encuentro un consuelo mayor que el que me depararía cualquier rito religioso de los que hoy se celebran. Sin embargo, por fuerza tiene que ser santa esta semana que nos brinda la oportunidad de reencontrarnos como seres humanos, de dejar atrás los fantasmas de nosotros mismos que hemos sido durante esos meses de frío y de oscuridad. Es el momento del sosiego, de tomar aliento y prepararse para las calamidades que se avecinan, y me refiero a las próximas campañas electorales, esos interludios de ruido y de furia en los que unos señores que viven mucho mejor que sus vecinos nos pedirán a gritos nuestro apoyo para que todo siga igual.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 3/4/2015