La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

viernes, 23 de diciembre de 2016

Happy birthday to me


Mañana es el cumpleaños del menda que escribe estas líneas. Como hice en años anteriores, aprovecho para hacer un alto y echar un vistazo hacia atrás. Ahí quedaron el Brexit, la repetición de las elecciones generales y los meses sin gobierno, que ya empezamos a mirar con nostalgia. Ahí queda el fracaso de la indolente Europa en atajar la muerte y el horror que se abaten sobre Oriente Medio. Ahí queda el triunfo de Trump y la cara de tonta que se le quedó a Hillary, que al parecer todavía no sabe en qué país vive. Aquí quedo yo (el menda), que no sin cierta sorpresa por mi parte he conseguido arrastrar esta carcasa que habito hasta los albores de un año nuevo. Me miro en el espejo y no observo grandes cambios (tan solo el hecho incuestionable de que cada día me parezco más a mi madre). Hay otros detalles que el espejo no revela, como esta tos que sufro desde que sucumbí otra vez al tabaco. Pero los cambios importantes no están a la vista. Hace ya tiempo que decidí ir poniendo orden en el desván de mi cabeza, donde tanto tiempo paso encerrado. Y parece que el esfuerzo va dando sus frutos. Cada vez soy capaz de moverme con más libertad aquí arriba. Cada vez son menos los trastos viejos con los que tropezar. Las ventanas están limpias y el sol se cuela con frecuencia por ellas. A veces hasta me doy el lujo de abrirlas de par en par. Y no deja de sorprenderme la eficacia de ese detergente llamado «renuncia», el único capaz de dejar como los chorros del oro hasta los rincones más sucios y polvorientos. Si andamos por aquí a finales del 2017, ya les contaré si la empresa se ha coronado con éxito. Si no es así, confío en que al menos hayamos sabido echar el cierre con algo de dignidad.


Publicado en La Tribuna de Albacete el 23/12/2016

Pensiones


Ya he perdido la cuenta de las voces de alarma que han surgido sobre el asunto de las pensiones. Los más moderados advierten de que es vital completar las pensiones públicas con planes privados. Hay quien afirma que los jubilados de los próximos años serán los primeros en cobrar pensiones más modestas que las de sus padres. Y no faltan los agoreros que pronostican que, de aquí a poco, no va a cobrar pensión ni Dios (con la posible excepción del rey emérito y los expresidentes). La explicación de tan desalentador panorama es sencilla: el asunto de las pensiones públicas no es más que un timo parecido al de las redes piramidales. Los de abajo les pagan a los de arriba con la vana esperanza de ir escalando puestos. El problema es que cuando los bobos y desdichados dejan de nutrir la base de la pirámide, ya nadie cobra. La única diferencia entre el sistema público de pensiones y una vulgar estafa es que el primero persigue la noble causa de que los jubilados no se mueran de hambre, por lo que goza de amparo institucional, al menos de momento. Otra cuestión es esa manía de nuestros gobernantes de meter la mano en la caja cada vez que no les cuadran las cuentas. Lo hacen con la misma desfachatez que el niño que golfo birla monedas de la alcancía de su hermanito pequeño. Y así la cosa pinta mal. Quizás esas voces de alarma no sean más que una campaña institucional soterrada para que vayamos haciéndonos a la idea de que lo peor puede sobrevenir muy pronto. Quizás dentro de poco traten de convencer a los pensionistas en ciernes de que la vida es una mierda a partir de los 60, y lo mejor, por tanto, es quitarse de en medio. 


Publicado en La Tribuna de Albacete el 16/12/2016

PISA



Con todos los «peros» que se le puedan poner, lo del Informe PISA tiene sus ventajas. Las tiene, al menos, para quienes escribimos columnas de opinión y andamos faltos de tiempo y escasos de ideas. Esta vez parece que la torre de Pisa se endereza un poco y conseguimos un aprobado raspadillo. Sin embargo, los aguafiestas nos advierten de que esto no ha ocurrido por méritos propios, sino porque nuestros rivales en mediocridad han obtenido resultados peores que los de hace tres años. Como profesor que soy, es de rigor entonar el mea culpa, y reconozco que en mi gremio abundan más las quejas que las soluciones. «¿De qué puede quejarse un colectivo con tantas vacaciones?», los oigo preguntarse. Y quizás con razón. Puede que los profesores nos quejemos de puro vicio y nos empeñemos en aspiraciones descabelladas. Por ejemplo, la aspiración de recuperar las condiciones laborales que teníamos antes de que Cospedal y sus secuaces vinieran a asolar esta región. La aspiración de recuperar un plan de formación y reciclaje del profesorado (sin que los espabilados de los sindicatos metan mano en el pastel, a ser posible). La aspiración de que esos alérgicos a la tiza que se autoproclaman expertos en educación les concedan algo de importancia al conocimiento y al esfuerzo, y dejen de inventar modos de ahogar a los docentes de verdad en papeleo inútil. La aspiración de que los niños vengan medianamente educados de casa, con algunas nociones de lo que significan la atención y el respeto. Y ya puestos, de que los padres respeten el trabajo de los maestros de sus hijos, en lugar de alimentar los subterfugios de los niños y poner palos en las ruedas. Aspiraciones imposibles, sin duda. Como la de imaginar que la enseñanza en un país puede ser mejor que el nivel cultural de sus ciudadanos.


Publicado en La Tribuna de Albacete el 9/12/2016

La llegada


De todas las películas de estreno que he visto este año, la que me ha parecido más interesante es La llegada (Arrival), del director canadiense Denis Villeneuve. Doce naves extraterrestres alcanzan la Tierra y se posan en lugares aparentemente elegidos al azar. Los alienígenas (heptápodos con aspecto de pulpos gigantescos) no parecen hostiles, pero a las autoridades les urge comunicarse con ellos para conocer sus intenciones. La premisa suena a ciencia-ficción de la más tópica y rancia. Nada más lejos de la realidad. Lo que se nos cuenta no es una invasión ni una guerra de los mundos. Y la protagonista no es una aventurera ni una arqueóloga. El personaje que borda Amy Adams es una filóloga, una experta en lingüística y traducción. De lo que trata la película es de la comunicación, de las dificultades que entraña la transmisión de ideas entre mentes distintas (y dispares, en este caso). Allá por los años 40, los lingüistas Sapir y Whorf formularon la hipótesis denominada «de la relatividad lingüista». Según esta teoría, la forma en que entendemos y conceptualizamos la realidad depende de las peculiaridades de nuestra lengua materna. Un alemán, pongamos por caso, no puede percibir el mundo igual que nosotros, pues el idioma en el que piensa y se expresa es distinto. Al estudiar una nueva lengua, adquirimos también una nueva visión del mundo, ampliamos nuestros horizontes, ensanchamos nuestra mente. La película de Villeneuve (basada, por cierto, en un prodigioso relato de Ted Chiang) lleva esta idea hasta sus últimas consecuencias. Conforme va aprendiendo a expresarse en «heptápodo», la protagonista comienza a percibir la realidad como los alienígenas. No hay mejor camino hacia la concordia que las palabras. Aprender a hablar como otros es aprender a ponerse en el lugar de otros.


Publicado en La Tribuna de Albacete el 2/12/2016

Lunáticos


El día 14 tuvimos la superluna más vistosa que la especie humana había disfrutado desde 1948. En términos astronómicos el asunto tiene su intríngulis. Consiste en la coincidencia entre la luna llena y su perigeo. Esto debió de parecerle fascinante a sir Isaac Newton. A efectos prácticos, nuestro satélite apenas se veía distinto de cualquier otra noche de plenilunio. Pero conviene hablar de la Luna de vez en cuando, más que nada porque tendemos a olvidarnos de ella por el hecho de verla aparecer cada noche. Pero no dejar de resultar conmovedora la lealtad con la que nuestro satélite nos sigue orbitando, como un compañero fiel que se niega a desprenderse de los asuntos humanos. No estábamos aquí cuando comenzó este baile cósmico. Tampoco estaremos aquí cuando termine. Entretanto, hemos sido capaces de devolverle sus visitas en seis ocasiones, entre 1969 y 1975. Aquellas misiones Apolo que lograron la proeza de surcar los mares de la Luna empleaban una tecnología que hoy nos parece prehistórica. Los móviles que llevamos en nuestros bolsillos poseen tal poder de computación que todos aquellos cohetes, cápsulas y módulos se nos figuran tan sofisticados como la tostadora que tenemos en la cocina. Sin embargo, desde entonces nos hemos obstinado en quedarse pegada a la Tierra, o como mucho en emprender tímidos vuelos por sus inmediaciones. El sueño del presidente Kennedy se ha malogrado, y preferimos usar nuestros ordenadores del futuro para comprar baratijas en el Black Friday y para fisgonear en las vidas ajenas. Pero la Luna sigue ahí, empeñada en recordarnos su existencia. A veces viene disfrazada de superluna, cada pocos días cambia de aspecto y con frecuencia hasta nos visita en pleno día. «¡Eh, vosotros, miradme! —parece decirnos—. ¡Dejar de arrastraros por el suelo!». Y de paso nos hace pensar en que hay otras fronteras, en que hay otros futuros posibles. 


Publicado en La Tribuna de Albacete el 25/11/2016

domingo, 20 de noviembre de 2016

Leonard Cohen


En 2009 Leonard Cohen dio un concierto en Valencia al que tenía pensado ir. Al final no pudo ser, y confieso que sentí alivio al saber que el viejo músico y poeta se había desvanecido tras la tercera canción y hubo que suspender el espectáculo. Ahora que se ha desvanecido para siempre, lamento haberme perdido las pocas canciones que alcanzó a interpretar en aquel bolo frustrado. Las habría cambiado gustosamente por un concierto de Bob Dylan que me tragué de principio a fin. No me considero mitómano en exceso, pero por culpa de Leonard Cohen me planté cierto día en la puerta del Hotel Chelsea de Manhattan con la pretensión de que me dejaran entrar a echar un vistazo. En mi primer año en la enseñanza, allá por el 87, usé la canción Chelsea Hotel como ejercicio para mis clases de inglés, pero ninguno de los chavales captó la alusión al sexo oral que hay en la letra. Atando cabos, creo que eso fue lo que me llevó a la puerta del Hotel Chelsea, la imagen de Janis Joplin complaciendo a su amante sobre la cama deshecha. Años más tarde se me ocurrió que mis alumnos compararan la letra de Take This Waltz con el poema de Lorca que la inspiró. En esta vida todos alternamos el papel de alumno con el papel de maestro. A Leonard Cohen le tocó el papel de maestro eterno, lo que acabó agotándolo. Quizás por eso se ha quitado el sombrero y nos ha dicho adiós. Se quejaba de que le dolían las partes de su cuerpo con las que jugaba de joven (y con las que jugaba Janis Joplin). Él no se consideraba nadie especial, tan solo un inquilino más en el gran edificio de la música (the Tower of Song, en sus palabras). Si aguzamos el oído todavía podemos escuchar su voz allá arriba, a cien pisos de altura, por lo menos. 

Publicado en La Tribuna de Albacete el 19/11/2016

viernes, 11 de noviembre de 2016

Un dolor repentino


El miércoles pasado, al despertar, noté un dolor muy agudo en salva sea la parte. Equipado con un pequeño espejo y al cabo de varias posturas y contorsiones cuya descripción voy a ahorrarles, logré obtener una visión clara de la zona inflamada. En ese momento el espejo cayó al suelo y se hizo añicos, pues acababa de descubrir que no se trataba de una hemorroide ni de un furúnculo. Lo que me había salido era una cabeza humana. La cabeza de un tipo rubio de peinado extravagante y rostro abotargado y colérico. Además, la cabeza estaba provista de una boca muy grande que parecía incapaz de cerrar. Escuché con atención pensando que aquel insólito fenómeno podía ser un mensaje de la Providencia, y alcancé a oír una vocecilla que se expresaba en inglés, lengua que más o menos comprendo. «No importa lo que cuenten sobre ti los medios —decía— siempre y cuando tengas a tu lado a una maciza con un buen pedazo de culo». «Voy a construir un muro —decía—, y os aseguro que nadie construye muros como yo». «Cuando México nos manda a su gente —decía— no nos mandan a los mejores. Nos mandan a  los camellos, a los criminales, a los violadores. Aunque supongo que alguno habrá bueno». «Mi belleza —decía—. Consiste en que soy muy rico». Me apliqué una pomada antibiótica y corrí hacia el ordenador. Tal y como pensaba, acababa de recibir un email de un buen amigo norteamericano. «Eloy —decía mi amigo—, esto nadie lo entiende. Todos mis vecinos son personas sensatas. ¿Qué es lo que ha pasado?» «Tranquilo—le respondí—. Quizás quienes nos consideramos sensatos seamos demasiado complicados para un mundo demasiado simple, o quizás seamos demasiado simples para habitar este mundo tan complicado». Seguiré pensando en ello y aplicándome la pomada.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 11/11/2016

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Relojes


Soy aficionado a coleccionar relojes, lo que me ocurre desde que me regalaron el primero, cuando hice la primera comunión. Por desgracia, no conservo aquel relojito, pero recuerdo muy bien que en su esfera se leía que había sido fabricado en Suiza y que contenía 17 rubíes, lo que a mí se me antojaba sencillamente fascinante. Más de una vez tuve la tentación de abrirlo para admirar las pequeñas joyas que refulgían dentro de su caja, que yo imaginaba como una cueva de Alí Babá en miniatura. Años más tarde supe que se trataba de rubíes sintéticos, y que todos los relojes mecánicos los incorporaban para evitar el desgaste de sus engranajes. Pero este ya fue un descubrimiento de adulto, de la época en que el mundo había dejado de ser un lugar de sorpresas y maravilla. Ahora me sirvo de internet para abastecerme de relojes. Ya hablé en una ocasión de mi reloj de Mickey Mouse, adquirido como recuerdo y homenaje a un amigo que murió hace muchos años. Hace poco compré un reloj digital de diseño retro que con solo mirarlo me devuelve a los días del instituto (la maldita nostalgia). Mi última tentación es hacerme con un reloj «monaguja», equipado con una única manecilla, la que marca las horas. Convengo en que su utilidad como instrumento para medir el tiempo es discutible, pero debe de resultar muy relajante deshacerse de los minutos y segundos y poder contemplar el día en su conjunto, como un hombre de épocas pasadas o un jubilado. Mejor aún, tal vez le pregunte a mi padre si guarda todavía aquel primer reloj de los 17 rubíes. Dicen que en toda vida hay un punto de inflexión, y que una vez superado este todo camino es un camino de regreso. Creo que ese pensamiento esconde una gran verdad.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 4/11/2016

lunes, 31 de octubre de 2016

El país de octubre

     

«El país de octubre es esa tierra donde el año siempre está acabando. Es el país donde las colinas son de niebla y los ríos de bruma, donde el mediodía apenas existe y el crepúsculo nunca termina. Un país compuesto de sótanos y semisótanos, de pozos carbón, armarios y desvanes. Un país donde la gente es gente del otoño que solo piensa pensamientos de otoño. El país cuyos habitantes, al caminar de noche por las calles vacías, suenan como la lluvia».

     Se trata de una cita, de una traducción apresurada de un texto de Ray Bradbury. Estos últimos días del mes de octubre, con su melancólica belleza, me han traído esas palabras a la memoria. Puede que también nosotros habitemos ese país donde siempre es otoño, una estación de sombras alargadas y de lugares escondidos del sol. Octubre es un mes en el umbral. La luz del verano se desdibuja en la memoria y el inexorable cambio de hora trae consigo la victoria de la noche. El frío acecha a la vuelta de la esquina y muy pronto sentiremos sus dedos pálidos en pleno rostro. Nos volveremos seres nocturnos, personas de lluvia y de niebla, apenas fantasmas. Ingresaremos en la inexistencia, como si todos fuésemos votantes del PSOE, un partido empeñado en la tenebrosa empresa de devorarse a sí mismo. Si todo ocurre conforme a lo planeado, mañana ya disfrutaremos de otro gobierno de Rajoy. Los suspiros de alivio que brotarán del Congreso se oirán desde la calle. A fin de cuentas, habrán salvado su escaño y sus privilegios. Claro que en el proceso habrán perdido también la vergüenza, aunque no creo que les preocupe ese detalle. Para eso hace falta tener escrúpulos, y ya nos han demostrado que carecen de ellos. Como diría un personaje de Juego de tronos, «el invierno se acerca». Pero de momento todavía es octubre, el mes de la melancolía. También un mes propicio para las revoluciones.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 28/10/2016

domingo, 23 de octubre de 2016

Bello


Repaso el álbum familiar y me topo con una serie de imágenes que deben datar de los años cincuenta. Muestran un grupo de muchachos (por aquellos días seguramente los llamarían «pollos pera») posando en actitud informal ante la cámara. Visten de forma muy atildada, van peinados con brillantina y tienen aspecto de querer comerse el mundo. Están en el Parque, en la zona que hay frente al Instituto. No hará ni dos años que salieron de allí con su título de bachiller bajo el brazo. Uno de ellos es mi padre. Otra de las caras que sonríen a la cámara es la de mi tío Paco, que acaba de comenzar su carrera en Murcia. Los otros no me resultan familiares y le pido a mi padre que me los nombre. «Este de aquí es Pepe Sánchez de la Rosa». «¿Y el de las gafas redondas?» «¡Ah, ese es Ramón Bello Bañón!». El maestro Sánchez de la Rosa, a quien tuve la suerte de conocer, murió hace tres años. Con Ramón Bello (compañero en estas páginas de opinión, poeta laureado, abogado de prestigio, alcalde y gobernador civil) creo que nunca tuve ocasión de hablar. Lo he visto caminar muchas veces por Albacete, casi siempre en compañía de su esposa, erguido como un sable, con cierto aire decimonónico y marcial, observando con atención y cariño las calles de esta ciudad que tantas veces ha servido de inspiración para sus artículos y poemas. Era un señor que parecía envuelto en el aire de otros días. Ramón Bello Bañón ha fallecido esta semana. Y ahora lamento no haberme acercado nunca a presentarme como el hijo de su antiguo condiscípulo, Gabriel Cebrián, para intercambiar unas palabras con él. La muerte de los coetáneos de mi padre me deja cierta sensación de orfandad anticipada. Ellos construyeron la ciudad que hoy conocemos. Cuando el último nos haya dejado, Albacete ya no podrá ser la misma.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 21/10/2016

jueves, 20 de octubre de 2016

Meter barriga


Quienes gozamos de un abdomen prominente somos en realidad unos rebeldes. Nuestra barriga es la bandera de nuestra lucha, el emblema de nuestra revolución contra la dictadura de los mustios. Nos hemos levantado contra la ropa ajustada, contra la tableta de chocolate (tan antiestética, por otro lado), contra los apóstoles de la templanza y de la vida sana. Somos los abanderados de la España real, los legítimos representantes del pueblo llano. Todavía no he visto a un solo gordo en Podemos. En el PP, en cambio, sí que abundan, pero esos son gordos de otra especie, gordos de mariscada y vinos caros. Nosotros construimos nuestras turgencias a base de cañas y tapas de alto contenido calórico, de chuletada dominguera y tinto de verano. Somos el pueblo, y hemos de reclamar la influencia y la visibilidad que merecemos. Ha llegado el momento de sacar pecho y barriga, de olvidarnos de los complejos y de la vergüenza. Por todo ello, proclamo públicamente que a partir de hoy, y por la presente, desisto de esa tortura conocida como «meter barriga». Que las panzas reluzcan en todo su esplendor. ¡Vivan las lorzas! Luchemos contra los enjutos, contra los Dómine Cabra, contra los que se empeñan en amargarnos la vida. Abracemos nuestra lozanía y dejemos que otros la abracen. ¡Abajo los dietistas! ¡Abajo Natur House!  ¿Quién dijo que pasar hambre es saludable? ¿Desde cuándo es ético lucir la osamenta? ¿Quién podría resistirse al placer de acurrucarse cada noche contra un cuerpo muelle y bien nutrido? Ese es mi mensaje para hoy. Ahora bien, si su médico les dice que tienen el colesterol por las nubes y que las arterias están a punto de reventarles, sepan que no tengo libro de reclamaciones.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 14/10/2016

sábado, 8 de octubre de 2016

Manchas


Me gusta releer estos artículos cuando aparecen publicados en el diario. Sé que este pequeño vicio me delata como un tipo algo narcisista, pero no conozco a ningún escritor que se resista a la tentación de echarse un vistazo cuando algo suyo sale en letra impresa. No importa que se trata de toda una novela o de una columna corta como esta. El placer que se experimenta es el mismo. Y también el miedo. Por un lado, el miedo a saberse expuesto al escrutinio del lector. Por otro, el de que haya deslizado alguna errata. Más que miedo, lo de las erratas es una certeza. Antes se les echaba la culpa a «los duendes de la imprenta, lo que no dejaba de ser una excusa pueril. Las erratas vienen a ser como los borrones de la época de la estilográfica, con la diferencia de que las imprentas y rotativas multiplican el borrón hasta completar la tirada, para mortificación del columnista o novelista. Lo cierto es que basta con abrir el libro o el diario para encontrarse con la errata de marras: una palabra cambiada de sitio, otra que falta de su lugar, o bien (horror de los horrores) una metedura de pata de las que despiden el tufo inequívoco de una falta de ortografía. Y luego están esas raras ocasiones en las que el artículo ha aparecido limpio, pero alguien lo ha leído en la cafetería mientras desayunaba una tostada con aceite. Y ahí está el impuro lamparón, con aspecto de mancha de Rorschach, profanando la parte más lírica del texto. En fin, ¿para qué luchar contra lo inevitable? Las manchas y erratas no son sino la voz de nuestros subconsciente llamándonos ilusos por aspirar a la perfección, pues la vida no es otra cosa que una serie de errores en cadena. 

Publicado en La Tribuna de Albacete el 7/10/2016

lunes, 3 de octubre de 2016

Tabaco y senectud


El miércoles bajé a comprar tabaco. Sí, he vuelto a fumar este verano. A principios de julio era un cigarrillo gorroneado de vez en cuando. Ahora son en torno a veinte. Pero no era de eso de lo que quería hablar. El caso es que el miércoles pasado bajé al estanco a comprar tabaco. Ya en el interior del establecimiento, salió a mi encuentro una joven bastante guapa que me preguntó: «¿Fuma usted?» En un primer momento no supe qué contestar. ¿Cómo negarlo para, acto seguido, comprar un paquete de cigarrillos? De modo que compuse mi expresión más compungida y confesé que sí, que fumaba desde hacía unas semanas, pero que estaba a punto de dejarlo de nuevo. «Este mismo fin de semana dejo de fumar —le dije—. Ya ves, quince años sin fumar y ahora caigo en el vicio otra vez. Qué tontería, ¿verdad?» La chica se quedó en suspenso unos segundos. Luego me preguntó: «¿Qué fuma usted?» Mi expresión de bochorno se acentuó cuando respondí que fumaba Winston, pero ella siguió a lo suyo: «Le propongo que pruebe el nuevo Marlboro, tan bueno como su Winston pero más barato». «No, no —repliqué alarmado—, si ya te digo que voy a dejarlo este fin de semana. El mismo sábado. Es que es malísimo para la salud». Ella me dedicó un gesto de «¿Y a mí qué me está contando este tío?» Y se volvió para abordar a un cliente que acababa de entrar. Y en ese momento se hizo la luz en mi mente. Comprendí que hacerse viejo consiste en contarle a la gente joven cosas que no les importan un pimiento. De hecho, estoy deseando que el ayuntamiento abra más zanjas para acercarme a contemplar cómo trabajan los obreros.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 30/9/2016

domingo, 25 de septiembre de 2016

Micciones


Leo con orgullo patrio la noticia sobre el balance de la reciente Feria: más de dos millones y medio de visitantes y la friolera de 100 millones y pico de negocio. Doy por buenos los datos y a la vez siento mucha pena por el fulano al que contrataron para plantarse en la Puerta de Hierro e ir contando a la muchedumbre que entraba y salía, poniendo gran cuidado en no contar dos veces al mismo individuo. Toda una proeza. Por mi parte, he realizado una pequeña indagación sociológica de andar por casa. Me dice mi hijo que la cosa no ha sido para tanto. Se basa para ello en el tiempo medio transcurrido antes de alcanzar un urinario donde vaciar la vejiga. Según él, este año ese lapso no ha superado los 10 minutos para los varones y los 35 para las mujeres, a diferencia de los 12,5 y 42 minutos, respectivamente, que hubo que emplear el año pasado para satisfacer la misma necesidad fisiológica. En aras del rigor estadístico, le hago constar que quizás el número de mingitorios haya aumentado de forma proporcional al volumen de visitantes, aunque él se muestra escéptico. Sin embargo, algo ha debido de mejorar en las instalaciones sanitarias del recinto ferial y sus aledaños, al menos desde mis años mozos. Por entonces, si uno iba acompañado de su chica y esta manifestaba su deseo de ir a hacer aguas, lo habitual era despedirse de forma apasionada, pues nunca se sabía cuánto tiempo iba a transcurrir hasta el reencuentro, que en ocasiones jamás se producía. Algo hemos progresado en lo relativo a micciones feriales, sin duda. No tanto en la transparencia del negocio en sí, toda vez que siguen haciendo su agosto (perdón, su septiembre) quienes menos trabajan para ganárselo.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 23/9/2016

viernes, 16 de septiembre de 2016

Virgencica, virgencica


Cada vez que empieza un nuevo curso los profesores entonamos aquello de «¡Virgencica, Virgencica, que me quede como estoy!». Como punto de partida, la plegaria no puede ser más deprimente, pues encierra el reconocimiento de una derrota y la resignación a que todo siga igual. Hubo un cierto atisbo de esperanza en el 2015, cuando las últimas elecciones autonómicas enviaron a Cospedal a la oposición. Sin embargo, lo que llevamos visto hasta ahora nos ha demostrado que el gobierno de Page no solo no se da por satisfecho con los desmanes de sus predecesores en forma de recortes y ataques a la enseñanza pública, sino que tiene preparado todo un arsenal para completar el trabajo de zapa y demolición emprendido por el PP. Plantillas diezmadas hasta lo imposible, alumnos que se multiplican en la aulas, economía de subsistencia en los centros, paro, precariedad, pérdida de derechos… Mientras tanto, una ley perniciosa y regresiva como la LOMCE continúa su imparable avance cual Godzilla a la española, creando guetos educativos y hundiendo al docente en una ciénaga de burocracia y rutina. Y la Administración se obstina en el sinsentido de los «programas lingüístico», lo que supone el descalabro definitivo para el aprendizaje de idiomas en este país, y de paso para el progreso de esos alumnos atrapados en el Babel de la enseñanza bilingüe con la bienintencionada complicidad de sus progenitores. Los profesores y maestros asistimos a todo ello resignados, inermes y sin decir ni pío, abrumados por los informes PISA y por una opinión pública adversa que ha convertido a los docentes en chivos expiatorios de todo lo que funciona mal en la educación de nuestro país («que se quejen menos y que trabajen más»). Un nuevo curso, en fin. «Virgencica, Virgencica, que me quede como estoy, pero casi mejor si me jubilan».

Publicado en La Tribuna de Albacete el 16/9/2016

martes, 13 de septiembre de 2016

Guardando las sillas



Hace un par de años, por estas fechas, una señora se enfadó al leer un artículo mío. Era el titulado «las sillas de la cabalgata», y en él se hacía referencia a ese espectáculo tan característico de nuestra ciudad, el de las sillas aparcadas en doble fila a lo largo del recorrido de la cabalgata, en muchas ocasiones con una anciana sentada durante horas con la misión de custodiar los asientos de toda la familia. Según he sabido, a la mencionada señora el artículo le pareció una falta de respeto con las personas mayores, aunque mi única intención era sacarle punta a esa imagen tan simbólica y tan nuestra. De hecho, recuerdo que de niño más de una vez me tocó asumir el papel de guardián de las sillas, encargo que a mí me encantaba cumplir, pues suponía un voto de confianza de los adultos y la certeza de que uno se iba haciendo mayor. Cuando sea mayor de verdad, en el sentido que ahora se la da al término («nuestros mayores») no me importaría volver a desempeñar la misión de custodiar las sillas de toda la familia. Para mí sería como cerrar un círculo en el tiempo y en la vida, una armoniosa simetría en un mundo sobrado de discordancias y caos. Además, el encargo supondría el haber alcanzado edad suficiente como para poder dedicar horas a la noble empresa de garantizar la comodidad de mis hijos y mis nietos, protegiendo nuestras sillas de las asechanzas de vándalos y ladrones. Si el tiempo acompañara (como este año) ni siquiera me importaría permanecer toda la noche en vela plantificado en mi silla, como antes de un concierto de Bruce Springsteen. Ea, no se me enfade, señora mía, que estamos en Feria.

Publidado en La Tribuna de Albacete el 9/9/2016

viernes, 2 de septiembre de 2016

Un tipo de una pieza


Una de las últimas serpientes tardoveraniegas ha sido la protagonizada por el padre José García, párroco en la localidad castellonense de Onda, que ha cometido la temeridad de bendecir el matrimonio civil de dos feligresas durante la celebración de una misa. Quizás no haga falta mencionar que su obispo ha puesto el grito en el cielo y que el padre José se ha visto obligado a pedir disculpas públicamente. Ha explicado que lo único que pretendía era seguir las enseñanzas del Papa en cuanto a «acompañar pastoralmente» a los gays y lesbianas. No sé si la disculpa le valdrá o si este buen cura acabará de misionero en Mozambique. Ahora guarda silencio en espera de que pase la tempestad. Pero yo no he resistido la tentación de abordar el asunto, pues conozco al cura personalmente. Mejor dicho, lo conocí. A principios de los 80 ambos compartíamos alegrías y penurias en el mismo colegio mayor de Valencia. Por aquel entonces el padre José era conocido como «el Ondín» (ninguno nos librábamos de nuestro mote) y nos parecía un tipo algo raro, porque en aquel entorno algo cafre del colegio mayor destacaba por su inocencia y su idealismo, hasta el punto de que decidió dejar la carrera de Medicina para hacerse cura, lo que a todos nos pareció una insensatez. Ahora, transcurridos más de 30 años, José lleva a las espaldas una magnífica labor social en su parroquia. De hecho, se ha convertido en todo un campeón en la lucha contra la pobreza, la marginalidad y la exclusión social. Me imagino que estará pasándolas canutas. Por ello desde aquí le mandó mi reconocimiento por su humanidad y su valentía. Tengo otros antiguos condiscípulos que han destacado por sus brillantes trayectorias profesionales. Pero creo que sobran motivos para dedicarle esta columna en particular a José García, párroco de la iglesia de San Bartolomé de Onda, un tipo de una pieza.

2/9/2016

lunes, 29 de agosto de 2016

Compras por internet


Soy hombre de pocos vicios. Ahora bien, los que conservo los tengo muy arraigados. Desde la infancia, por ejemplo, me gusta comprar baratijas por correo. Entonces encargaba artículos del catálogo de La Casa Honor, a cual más decepcionante. Ahora me abastezco de eBay y de Amazon. Mi última adquisición es lo que se conoce como una «guitarra de bolsillo», aunque yo la llamaría más bien una «guitarra para tontos». Al verla en internet me pareció una gran idea. Se trata de un artilugio alargado y negro con aspecto del mando a distancia. Sin embargo, al abrirlo emerge el mástil de una guitarra. Un mástil aserrado, para ser más exactos, porque consta únicamente de seis trastes en lugar de los veinte habituales, pero con eso basta para tocar la gran mayoría de acordes. Lo que no comprendí es que no era un instrumento propiamente dicho. Es decir, tiene cuerdas y demás, pero no suena. Únicamente sirve para practicar las posiciones de los dedos de la mano izquierda. Por lo demás, es un trasto perfectamente inútil. El artefacto yace ahora sobre mi mesa. Tampoco es que ocupe mucho sitio (ni que me haya salido muy caro) pero su inutilidad es tan clamorosa que su mera presencia basta para hacer que me sienta un tonto de solemnidad. Aunque puede que acabe tomándole gusto a esto de comprar idioteces. De hecho, llevo un par de días ojeando los distintos modelos de bolas de cristal que se venden en eBay. Las hay desde seis dólares, con gastos de envío incluidos. Un precio lo bastante módico como para permitirme el capricho, aunque sepa de antemano que no va a funcionar. Ahora bien, si en el próximo artículo soy capaz de pronosticar si tendremos o no elecciones en diciembre, ya saben que por fin habré encontrado un chollo de los buenos.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 26/8/2016

martes, 23 de agosto de 2016

Adiós


Mañana empiezan las fiestas del pueblo donde pasamos buen parte del verano. Eso quiere decir que mañana terminan nuestras vacaciones aquí. Adiós al aire transparente de las mañanas, al chapuzón en la piscina municipal, a las tardes soñolientas, al paseo entre olivos y almendros, a las acrobacias crepusculares de las golondrinas, al fresco aire nocturno y a la colcha en la cama. Adiós a las cervezas en el patio, al zumbido de los moscardones, a las siestas  hasta pasado mañana, al crepitar de la leña en la barbacoa. Adiós a la fragancia de la tierra tras el chaparrón estival, al tañido de las campanas en la ermita anunciando la novena, a la mirada que se pierde en la lejanía mientras el sol completa su recorrido. Adiós al encuentro con uno mismo, al placer de habitarse por entero. Adiós al silencio, al deleite de escuchar el rumor de la sangre en los oídos. Adiós a los días sin reloj, a sentirse dueño y señor del tiempo, al dulce abandono en brazos de la persona amada. Mañana empiezan las fiestas de este pueblo. Empieza el fragor de la verbena hasta la madrugada. Empiezan las barrabasadas de esas manadas de adolescentes que solo visitan el pueblo durante las fiestas y que, libres de la vigilancia paterna, celebran sus salvajes ritos de iniciación a base de alcohol, motocicletas y brutalidad. Mañana, este lugar que para mí ha sido el paraíso, se convierte en territorio comanche, en un sitio hostil del que es necesario huir. Y con esta urgencia por escapar llega la constatación de hasta qué punto somos intrusos aquí. Este pueblo donde pasamos las vacaciones, poblado por fantasmas durante los crudos meses de invierno, adquiere vida a finales de agosto, como un cadáver que revive bajo el sol. Nos marchamos porque no pertenecemos a este lugar. En cambio, no me cabe duda de que mis vecinos disfrutarán de sus fiestas. Y es justo que así sea.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 19/8/2016

viernes, 12 de agosto de 2016

Ruido blanco


El ruido blanco se define como aquel sonido aleatorio que posee la misma densidad espectral de potencia a lo largo de toda la banda de frecuencias. Para entendernos, son ruidos blancos el rumor de las olas, el del agua de un arroyo, el crepitar del fuego o el de una radio que no recibe ninguna emisora. Yo descubrí sus propiedades cuando vivía en la calle Zapateros y mis ventanas distaban apenas diez metros de las del conservatorio. En jornadas continuas de mañana y tarde, los benditos estudiantes de música aporreaban teclados y tambores, tañían cuerdas y soplaban con toda la energía de sus jóvenes pulmones en instrumentos de viento que recordaban a las trompetas de Jericó, todo ello con las ventanas de sus aulas abiertas de par en par. El clamor resultante era de tal intensidad que me impedía cualquier actividad que requiriese un mínimo de concentración. Finalmente, al borde ya de la locura, descubrí que era posible enmascarar el estruendo que brotaba del edificio de enfrente usando un generador de ruido blanco. Con esto y unos auriculares, lograba sustituir aquella sinfonía demoníaca por una especie de rumor de parásitos radiofónicos que resultaba bastante sedante, y que me permitía concentrarme y trabajar sin problemas. Hoy en día, con la proliferación de los smartphones, es posible descargarse aplicaciones que reemplazan cualquier ruido exterior por los sonidos de la jungla, de la playa o de una hoguera. Considero que estas aplicaciones son de especial utilidad durante estas perezosas tardes estivales, cuando la tele del vecino se cuela en nuestros hogares, jorobándonos la siesta con alguno de esos comentaristas deportivos que vociferan emocionados, o con el discurso de algún político anunciando que su partido se dispone a hacer lo contrario de lo que habían afirmado que haría. Les animo a probar el ruido blanco para librarse de esos pesados. Mano de santo, oiga.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 12/8/2016

viernes, 5 de agosto de 2016

Reválidas


A pesar de lo poco propicias que son estas fechas para abordar cuestiones medianamente serias, se está oyendo hablar mucho sobre la implantación para el próximo curso de las reválidas de ESO y Bachillerato. Con un PP crecido en la adversidad, parece que el cumplimiento de la LOMCE no admite más demora, lo que ha provocado una tímida rebeldía en algunas de las comunidades gobernadas por el PSOE. Se argumenta que las reválidas ponen en tela de juicio el progreso de los alumnos durante toda una etapa educativa, puesto que los chicos deberán jugarse a un solo examen la titulación que hasta ahora recibían por el hecho de aprobar los cursos correspondientes. También se habla de que el sistema introducirá intereses económicos (los de las academias) en una cuestión que debería ser puramente educativa, pues serán mucho los estudiantes que tendrán que recurrir a clases particulares para poder revalidar su título en septiembre. Los detractores afirman, además, que las reválidas desprestigian la labor del profesorado al restarle valor a la evaluación que se realiza en los centros. De lo que no se habla es de esos alumnos que dejan los institutos públicos para ingresar en colegios privados, donde los padres que pueden permitírselo buscan asegurarse el aprobado o las buenas calificaciones de sus hijos. Quizás las reválidas que se avecinan sirvan al menos para poner en evidencia el auténtico valor de esas calificaciones obtenidas «a golpe de talonario» (no faltan ejemplos cercanos). Dudo que el sistema que prevé la LOMCE sea el idóneo, pero estoy convencido de que es necesario un procedimiento que modere las calificaciones y actúe como piedra de toque, separando la evaluación honesta y veraz de la que no lo es. Otra cosa sería perpetuarnos en la injusticia y en la arbitrariedad. Y en la enseñanza ya andamos más que sobrados de ambas.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 5/8/2016

viernes, 29 de julio de 2016

Opiniones


Cada vez me resulta más difícil escribir esta columna de opinión. ¿Quién puede permitirse el lujo de tener opiniones hoy en día? Y me refiero a opiniones que vayan más allá de las que uno puede expresar sentado en una terraza entre amigos de confianza. De esas tengo muchas, sobre lo divino y lo humano. Otra cosa es cuando toca ponerlas por escrito en un periódico. Entonces lo atenaza a uno la responsabilidad. Mejor dicho, el miedo. Sientes el temor de pecar de ingenuo, de bobo, de mal informado. O aún peor, de que te tilden de machista, de «cuñado», de extremista, de ejercer el «postureo»… Ni siquiera en las redes sociales me siento libre de opinar por miedo a quien pueda estar leyendo. Con tanta plataforma, observatorio, colectivo inquisitorial y petición de linchamiento en Change.org, hay que andarse con pies de plomo. A pesar de mis cautelas, ya me las he arreglado desde esta columna para ofender a dos colectivos: el de los cazadores y el de los ciclistas. Los primeros me invitaron a ir con ellos de montería para hacerme ver mi «ignorancia cinegética», invitación que decliné, porque la combinación de gente cabreada con armas de fuego siempre me dio mala espina. En cuanto a los ciclistas, me guardo mucho de cruzarme en su trayectoria, incluso en las frecuentes ocasiones en que me los topo por la acera, no vaya a ser que lleven una foto mía pegada al manillar. En fin, que esto de opinar en público se ha convertido en un campo de minas y yo nunca he sido de natural valeroso. Puestos a verter opiniones, más vale hacerlo en una novela, donde siempre se puede usar la excusa de que las opiniones no son propias, sino de los personajes, lo que no deja de ser un modo elegante de echarle la culpa a otro.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 29/7/2016

sábado, 23 de julio de 2016

El pudridero


Aprovechando que las temperaturas dieron un respiro, el fin de semana pasado anduve por Madrid, donde siempre hay cosas interesantes que ver y hacer. Esta vez le tocó al Bosco, esa especie de Dalí renacentista de cuya muerte se han cumplido 500 años. Acto seguido, por no cejar en la vena surrealista, mi amiga y yo visitamos la exposición de Cuarto Milenio, el programa de Íker Jiménez, de quien ella se declara una gran admiradora. A pesar de mi reticencia, reconozco que la visita fue entretenida, y que me llevé conmigo una buena colección de fotos para comentarlas más tarde con mi hijo, aficionado como yo a hacer coñas a costa de esas patrañas esotéricas y macabras. Pero lo macabro de verdad lo vivimos el domingo, cuando visitamos el monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Como todo el mundo sabe, allí es donde están enterrados los reyes de España, desde el emperador Carlos hasta Alfonso XIII. Lo curioso es que, a diferencia de lo que yo pensaba, los augustos fiambres no pasan directamente al mausoleo real, sino que antes se les somete a una especie de purgatorio terrenal denominado «el pudridero», cuyo nombre explica perfectamente su función. Al cabo de varios lustros de permanencia en dicha estancia (poco glamurosa, al parecer) la momia egregia cabe mucho mejor en los pequeños cofres que se depositan en el mausoleo propiamente dicho. Resulta curioso que todos esos Austrias y Borbones no dispongan de más espacio para que sus cuerpos puedan reposar con cierta holgura, sin ese proceso previo de desecación y compactación, pero se trata de una servidumbre de la monarquía española que incluso el bon vivant del rey emérito tendrá que padecer. A pocos kilómetros de allí hay otro pudridero mucho más amplio donde descansan otros difuntos célebres, pero de esos ya hablaremos otro día.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 22/7/2016

lunes, 18 de julio de 2016

Sanfermines


Qué suerte no vivir en Pamplona durante estos días de julio, cuando esa preciosa ciudad se convierte en una gigantesca letrina, tanto en sentido literal como figurado. Cuando se habla de Hemingway y su devoción por los Sanfermines, se tiende a olvidar que el afamado Nobel era también un consumado borracho. Voy a pasar por alto el asunto taurino, que ya ha dado demasiado que hablar últimamente, para centrarme en el dudoso encanto de unas fiestas que se han convertido en escaparate del exceso y del desenfreno, en reclamo para desaprensivos, en símbolo de lo peor que puede ofrecer este país a sus visitantes. Reconozco que con los años el cuerpo se me ha puesto poco festivo. El encantador pueblo donde busco sosiego en vacaciones se convierte para mí en territorio comanche a finales de agosto, durante las fiestas patronales, que llevo años perdiéndome sin el menor remordimiento. El año pasado incluso me perdí la Feria de Albacete, lo que me ayudó a empezar el curso con mejor ánimo (amén de unas finanzas más saneadas). Lo de Buñol y su Tomatina es lo más parecido al Inferno de Dante que existe en el mundo real. Lo que ocurre en Pamplona en San Fermín, sencillamente, no tiene nombre. Sin ánimo de pecar de polémico, estoy convencido de que esos cinco sevillanos detenidos por violación, incluyendo a un guardia civil, no sabían que eran violadores hasta que pusieron el pie en Pamplona y comenzaron a empinar el codo. En la cultura china se distinguen tres fases distintas en la ebriedad, cada una de ellas identificada con un animal diferente (el mono, el tigre y el cerdo). La borrachera salvaje y masiva despierta al cerdo o la cerda que llevamos dentro. Mejor dejarlo dormir que tener que entonar el «Pobre de mí».

Publicado en La Tribuna de Albacete el 15/8/2016

Nota: Hoy, 8/5/2017, la Fiscalía ha presentado su escrito sobre la investigación de este proceso. Si las cosas siguen así y todos estos hechos se prueban y confirman, tendré que modificar sustancialmente el contenido de este artículo, al llegar a la conclusión de que sí existen los auténticos hijos de puta, al margen de la juerga y el alcohol.

sábado, 9 de julio de 2016

Mi libro de cabecera


La amiga Ana Martínez, redactora de este diario, tuvo el detalle de acordarse de mí hace unos días para un reportaje que estaba preparando. La cosa iba de libros, claro (¿por qué no me llaman nunca para preguntarme sobre mis abdominales?). Me pidió que escribiera un párrafo sobre «mi libro de cabecera», aquel al que regreso con frecuencia, el que siempre tengo a mano en primera línea de mi librería. Las posibilidades que brindan este tipo de cuestionarios para quedar como un zoquete son elevadísimas, máxime cuando uno no va a ser el único literato consultado, sino uno entre una docena más o menos. Me precio de conocer un poco a mis compañeros de oficio, por lo que me parecía muy probable que sus respuestas fueran más en la línea de La insoportable levedad del ser (novela que cumple sobradamente la amenaza que encierra su título) que en la de Mortadelo y Filemón, aunque a todos nos haya influido mucho más el maestro Ibáñez que Milan Kundera. Así pues, me decanté por una respuesta propia de escritor y afirmé que mi libro de cabecera era una antología de los relatos de Borges que compré cuando estaba en el instituto, por su enorme capacidad para interpretar el mundo bla, bla, bla. Pues bien, ha llegado el momento de retractarse y confesar. En realidad, mi libro de cabecera, el que consulto con más frecuencia, es un ensayo de Pierre Bayard titulado Cómo hablar de los libros que no se han leído. Se trata de un manual de enorme utilidad para salir airoso en cualquier conversación libresca. Incluso para escribir, como ahora hago, sobre ese mismo libro sin necesidad de haber pasado de su página cinco. El título lo dice todo.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 8/7/2016

viernes, 1 de julio de 2016

El aljibe


Cierto amigo vive en un chalet enclavado en un pequeño terreno. Él presume mucho de su césped, que siempre luce más verde que el de sus vecinos gracias a un moderno sistema de riego por aspersión. El agua proviene de una cisterna que se llena periódicamente, pues la presión que llega de la calle resulta insuficiente para asperjar tanto césped. En los tiempos en que se conocían los nombres de las cosas, esto se habría denominado un aljibe. Mi amigo, que es hombre de posibles, emplea a un jardinero una vez por semana para que le corte el césped, le pode los setos y conserve intacto el verdor del conjunto. La cuestión es que hace un tiempo levantó la tapa el aljibe (similar a la de un registro del alcantarillado) para echar un vistazo y comprobó que el interior del tanque estaba muy sucio, con restos de tierra, hojas y moho. Las dimensiones del lugar eran suficientes para que un hombre pudiera trabajar en su interior con cierta holgura. Así pues, decidió vaciarlo y pedirle al jardinero que bajara a limpiarlo. El hombre escuchó su petición y comenzó a hacerse el remolón. «¿Hay algún problema?», preguntó mi amigo. «Verás, creo que no voy a meterme ahí». «¿Y eso?» «Hombre, imagínate que mientras estoy ahí abajo se te cruzan los cables, pones la tapa y lo vuelves a llenar». «¿Pero cómo se te ocurre semejante cosa?», preguntó mi amigo asombrado. «¡Quita, quita!», respondió el jardinero. «Uno nunca sabe lo que se le puede pasar por la cabeza a la gente». Creo que la respuesta del jardinero encerraba una gran sabiduría. De hecho, me parece la única explicación posible para esas cosas que ocurrieron la semana pasada. 

Publicado en La Tribuna de Albacete el 1/7/2016

viernes, 24 de junio de 2016

El día de la marmota


Pasado mañana nos levantaremos con la sensación de haber vivido antes ese día. Mejor dicho, más que una sensación, será una certeza. No debería importarnos ser convocados a las urnas con frecuencia. Es lo que ocurre en las democracias robustas. En EE UU a los ciudadanos se les pide que voten cada dos por tres. Además de a sus congresistas y senadores, eligen a sus presidentes, gobernadores, jueces, fiscales y hasta a sus jefes de policía. Lo que no se les pide es que voten dos veces en las mismas elecciones. Ningún norteamericano se vería obligado a sufrir el absurdo y frustrante déjà vu de este domingo, cuando tengamos que votar a los mismos individuos que en diciembre, repitiendo las mismas cantinelas que en diciembre. La única diferencia con aquellas elecciones es que ahora los conocemos mejor. Por si entonces nos quedaba alguna duda, ahora nos consta que ninguno de los líderes de los principales partidos es digno de regir las políticas de este país. Lo han demostrado sobradamente durante estos meses difíciles que hemos vivido. En lugar de darnos ejemplo de responsabilidad y entendimiento, se han dedicado a convertir la escena política en una riña de gatos. El único pacto, cuando se ha alcanzado, ha sido una alianza contra el sentido común y la confianza de los votantes. Un pacto contra la realidad. Ahora nos exigen la responsabilidad de ejercer el voto los mismos que han sido incapaces de demostrar responsabilidad alguna. Necesitamos una reforma electoral para evitar que la marmota sustituya al toro como emblema nacional. No se trata de que gobierne el partido más votado, sino de inhabilitar para el ejercicio de la política a quienes demuestren, como estos señores lo han hecho con creces, su incapacidad para obrar por el bien de todos.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 24/6/2016

sábado, 18 de junio de 2016

Azul


Los pueblos antiguos desconocían el color azul. En los casi 26.000 versos atribuidos a Homero el azul no aparece ni una sola vez. Ni siquiera existía la palabra para nombrarlo. El mar de Ulises era del color del vino. El cielo, del color del bronce ¿Pero era así realmente como los griegos antiguos veían el mar y el cielo? No existen diferencias biológicas sustanciales entre los pueblos de la antigüedad  y nosotros. ¿Acaso sufrían entonces de algún tipo de ceguera cromática? Tampoco parece ser esa la respuesta. Debemos ir un paso más allá, a la misma sustancia del pensamiento, que en buena medida es lenguaje. Según el Génesis, Dios crea el mundo al tiempo que nombra las cosas y los seres que lo componen. La palabra contiene al objeto. Para la divinidad, el acto de la creación es un proceso de denominación. En eso no somos tan distintos de los dioses, pues también nosotros conocemos en la medida en que nombramos. El vocabulario para designar los colores arrancó con el blanco y el negro, que permitían distinguir la luz de la oscuridad, el día de la noche. Después, probablemente, el rojo, el color de la sangre, también el color de la muerte y del alimento. Rodeados de mares y de cielos, para los griegos antiguos el concepto de azul carecía de sentido, resultaba demasiado genérico y abstracto. Cierto antropólogo descubrió una tribu en Namibia a quienes les ocurría lo mismo con el verde, que los rodeaba por entero en su selva tropical. Los viejos pueblos esquimales no entendían el blanco sino como docenas de colores con nombres distintos. Nuestro mundo es cada vez más pobre en ideas y en palabras, quizás porque ambas cosas sean en esencia lo mismo. Saber es saber nombrar, y el lenguaje nos proporciona un nombre para cada cosa. No renunciemos a aprenderlos.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 17/6/2016

miércoles, 15 de junio de 2016

Elogio de lo inútil


De las varias webs a las que soy asiduo, hay una que goza de mi especial predilección. Se llama «Futility Closet», y está dedicada a recopilar y publicar información perfectamente inútil. Estos datos vienen a ser a la auténtica cultura como esas pelusas que se crían debajo de los muebles para luego recorrer los pasillos al albur de las corrientes de aire. Pero como uno no es aficionado al ajedrez, a los crucigramas ni a los juegos de naipes, este acopio de conocimientos inútiles no deja de ser un pasatiempo inofensivo. Esta semana, por ejemplo, he aprendido que en la sucesión de Fibonacci cada número se obtiene de sumar los dos anteriores. También que en Londres vivió una señora llamada Ruth Belville que se ganaba la vida como «repartidora de tiempo». Su oficio consistía en sincronizar su reloj con la hora exacta del observatorio de Greenwich, y luego recorrer la ciudad ajustando relojes aquí y allá. Por otro lado, en el Walk of Fame de Hollywood hay una estrella que no se colocó en el suelo, sino en un muro. Es la que corresponde a Mohamed Ali, quien se negó a que su nombre (es decir, el del Profeta) fuera pisoteado por los miles de turistas que recorren la archifamosa acera. Tengo que confesar que, como no carezco de mentalidad práctica, he tratado de buscarle utilidad a todos estos conocimientos. Desde hace  un par de semanas uso estas curiosidades como tema de conversación en el ascensor, prescindiendo del manido asunto del clima. El miércoles probé a ilustrar a algunos de mis compañeros del instituto durante el descanso del café. Ahora siempre dispongo del ascensor para mí solo, y sospecho que pronto podré disfrutar del café en paz y sosiego. Como suponía, hasta lo más inútil se puede aprovechar a poco que uno se las ingenie.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 10/6/2016

viernes, 3 de junio de 2016

La nevera


A veces un simple incidente doméstico puede alterar de forma drástica la visión que uno tiene del mundo. A mí me ocurrió el fin de semana pasado cuando, al llegar a mi casa del pueblo, me encontré con el que el diferencial de la luz había saltado y el contenido del frigorífico se había echado a perder. Al principio pensé que lo ocurrido era aún más grave. El hedor que me asaltó era de tal intensidad que se me ocurrió que algún animal había quedado atrapado en mi segunda vivienda y perecido allí de inanición. En un instante de pánico, llegué a imaginar que un suicida había encontrado el modo de entrar en mi casa para poner allí fin a su existencia. Suspiré aliviado al comprobar que el suministro eléctrico estaba interrumpido, pero quizás habría sido preferible la hipótesis del suicida, que se habría resuelto de un modo sencillo, con la visita de la autoridad y el levantamiento del cadáver. Lo que encontré, en cambio, fue que mi cocina se había transformado en una antesala del infierno. Renuncio a describir el estado del contenido del frigorífico y del congelador, el modo en que la carne, el pescado y los fiambres se habían transformado en una masa gelatinosa de absoluta putrefacción, las acrobacias de las moscas que revoloteaban por la cocina tras encontrar el camino al mundo exterior. Renuncio a dar cuenta de mis arcadas, de la angustiosa retirada de la podredumbre y de los reiterados e inútiles fregoteos que siguieron. Tan solo diré que por fin he comprendido en qué consiste nuestra existencia terrenal y qué vendrá después. La vida es una nevera repleta que un día dejará de funcionar. El más allá está poblado por un ejército de larvas de mosca que aguardan impacientes a que esto ocurra. En fin, abandonen toda esperanza.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 3/6/2016

lunes, 30 de mayo de 2016

Los bárbaros


Estos días de graduaciones siempre me ponen de un humor melancólico. Me alegro por los chavales, claro. A fin de cuentas, al aprobar segundo de bachillerato obtienen el salvoconducto hacia los estudios superiores, y de paso dejan atrás a sus profesores del instituto, esos tipos que hemos poblado sus pesadillas durante los últimos seis años. Creo que son motivos de sobra para la celebrarlo y regocijarse con ellos. Aunque resulta difícil contener alguna lagrimilla al pensar en los que se van para no volver. Suena cursi, pero me reafirmo en la idea, porque los alumnos que uno desearía ver partir con toda su alma son precisamente los que se quedan, los que volveremos a ver calentando los bancos el curso que viene. Las despedidas son tristes por definición, pero todavía es más triste pensar en ello con la perspectiva de los años (treinta ya) que uno lleva en la enseñanza. Los veo a ellos como un ejército inagotable cuyas filas se renuevan cada año con jóvenes  y vigorosos reclutas. A nosotros, sus profesores, nos veo atrincherados e inmóviles, tratando de contener sus embates como Leónidas y sus espartanos (aunque mucho menos cachas y peor armados). Y recuerdo cierto poema que Kavafis escribió precisamente en honor de los defensores de las Termópilas. Dudo que al escribirlo estuviera pensando en los profesores de secundaria, y mucho menos en los de aquí, pero me lo voy a apropiar, pues un poco de épica siempre le da color a la vida. El poema elogia a quienes resisten con valor, aun a sabiendas de que la final serán aplastados por los bárbaros. La diferencia es que los bárbaros que hoy nos dejan atrás seguramente ya no lo sean. Y puede que algún mérito tengamos sus profesores en ello.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 27/5/2016

sábado, 21 de mayo de 2016

Otra vez Bruce


A estas alturas Bruce Springsteen ya ha cumplido con sus citas de Barcelona y de San Sebastián, y se dispone a decir hasta luego en el Santiago Bernabéu, donde actúa mañana. Sumando los tres conciertos, es más que probable que el Boss pase más de diez horas dando saltos sobre los escenarios españoles. De hecho, el lunes corría un chiste por internet según el cual, al cabo de dos días, Springsteen y su banda seguían tocando en el Camp Nou, de donde no había manera de sacarlos. Cumplidos ya los 67, el bueno de Bruce sigue tan campante como si todavía  anduviera ganándose las lentejas por los garitos de su Nueva Jersey natal, incombustible, infatigable y mucho más cachas que cuando era joven. No sabemos cómo lo hace, aunque podemos imaginar que será producto de muchas horas de gimnasio y del buen trabajo de varios entrenadores personales. O quizás esa eterna lozanía constituya su recompensa por ser tan buen músico y tan buen tipo (a diferencia de lo que le ocurre al malote de Keith Richards, que tiene todo el aspecto de figurante en The Walking Dead). Yo asistí a uno de sus conciertos de hace siete años. Aunque desde entonces ha regresado con asiduidad (uno llega a preguntarse si alguna vez se ha ido), no he vuelto a verlo en directo. Pero los telediarios nos lo muestran exactamente igual que entonces, lo que considero toda una inspiración. A algunos la vida los pisotea conforme les pasa por encima, a otros los transporta con la levedad de las olas arrastrando una tabla de surf. Esto puede parecer injusto, pero a Springsteen se lo vamos a perdonar. Siempre tenemos a Paul McCartney, con sus cirugías y su aspecto de venerable abuelita inglesa, para poner las cosas en su sitio.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 20/5/2016