La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

viernes, 20 de diciembre de 2019

Preguntar



No creo mucho en los tópicos de género, pero la experiencia y la observación me han llevado a algunas conclusiones que considero significativas. Cuando visito una ciudad extraña con mi mujer y yo insisto en guiarme por el gps del móvil, a ella se la llevan los demonios. Ni siquiera me concede la tregua de esos pocos segundos que tarda el satélite en localizarme. Después, cuando comienzo a deambular sin rumbo fijo, cincuenta metros en una dirección, cincuenta metros en la contraria, el conflicto estalla de forma inevitable. Mi mujer se empeña en preguntarle a algún viandante, lo que a mí se me antoja provinciano y obsoleto desde que contamos con las nuevas tecnologías de posicionamiento global. Pero ella, erre que erre, siempre acaba asaltando a cualquier ciudadano con tal de que no tenga ojos oblicuos y una cámara Nikon colgada del cuello. Mi fidelidad a la tecnología llega al extremo de que la echo de menos para las cuestiones más sencillas, aquellas que el ciudadano medio resuelve con la mayor facilidad. Hacer la compra en el supermercado, por ejemplo, me resulta un auténtico calvario al no poder orientarme por esos pasillos infernales con la ayuda de mi dispositivo móvil.  Supongo que sería mucho pedir que una hilera de luces led te mostrara el camino hacia las galletas “digestive” y los yogures bio-cremosos. Pero sería útil disponer de una aplicación que indicara el paradero de cada producto con un simple toquecito en tu pantalla táctil. De otro modo, seguiré siendo el pasmarote que se pasa media tarde deambulando entre las estanterías. Porque lo que no pienso hacer es preguntarle a una empleada, y menos desde que las obligan a llevar a los clientes despistados de la mano. Menuda vergüenza.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 14/6/2019

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