«Los
tribunales no le solucionan la vida a la gente». Eso le oí decir a un abogado en
un arranque inesperado de sinceridad. Tenía razón, aunque omitió la segunda
parte de la sentencia, que vendría a ser: «No solamente no se la solucionan,
sino que casi siempre se la complican». Y eso lo sabe cualquiera que se haya
visto inmerso, para su desgracia, en un viacrucis judicial. En El proceso
de Kafka se cuenta la historia de un campesino que espera durante toda su vida
ante la puerta de la Ley. La puerta está abierta (¿acaso no es la Ley, en
teoría, accesible para todos?) pero el guardia que la custodia nunca le permite
franquearla, y no hay razones ni sobornos que puedan convencerlo. Al final del
cuento, el campesino muere de viejo. El problema del campesino de Kafka es que
nadie le dijo que para persuadir al guardián necesitaba a un abogado o, si lo
sabía, no podía permitírselo. Hace siete años yo me vi impotente ante las
puertas de la Ley, pero tuve la suerte de encontrar una buena abogada, una
profesional capaz de interpretar los arcanos de la justicia y pronunciar los
conjuros correctos para lograr que ocurrieran cosas. Aunque el proceso no haya
llegado a ser kafkiano, en algunos momentos a mí me lo ha parecido. Sin embargo,
hoy puedo decir que estoy tocando el final con la punta de los dedos. Por ello
hoy me siento en la obligación de mostrarle mi gratitud a Soledad Gómez Cambres,
experta en Derecho, quizás la más ardua e inextricable de todas las materias. Y
me alegra poder decir que, además de mi abogada, puedo llamarla amiga. Un día,
Sole, te prometí este artículo y aquí lo tienes. Es verdad que los tribunales
no te solucionan la vida, pero consuela pensar que hay profesionales capaces de
evitar que te la amarguen.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 4/7/2019
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