La
semana pasada, por aquello de Halloween, un antiguo alumno afirmaba en una red
social que la festividad le resultaba «en parte desagradable», amén de ajena a
nuestras tradiciones. También culpaba de la implantación de este festejo foráneo
a los profesores de inglés y, puesto que soy uno de los acusados, no pude
evitar entrar al trapo. Le repliqué que jamás he organizado ni participado en concurso
alguno de disfraces terroríficos, dulces o calabazas. Todo esto lo hice constar
al pie del mensaje de mi exalumno, junto con el ruego de que no generalizara al
verter sus acusaciones. Sin embargo, a renglón seguido, él me respondió que me
fallaba la memoria, porque en una ocasión (hará más de quince años de esto) se me
ocurrió pedirles a él y sus compañeros que aprendieran las primeras estrofas del
poema El cuervo, de Edgar Allan Poe, y fue precisamente con ocasión de
Halloween. Sé por experiencia que con los antiguos alumnos conviene no
discutir, pues suelen tener muy buena memoria, en especial para esas cosas que
los profesores preferimos olvidar. No era el caso. Me enorgullece recordar que
en otros tiempos empleé poemas de autores ingleses y norteamericanos para
impartir mi asignatura. Es más, hubo una época en que usaba casi a diario los
sketches de los Monty Python en mis clases de inglés. Para mí, la poesía y los Monty
Python eran como una piedra de toque. Cualquier alumno que se conmoviera recitando
a Poe o se carcajeara viendo el sketch del loro muerto era muy digno de tener
en cuenta. Hoy no me atrevería a hacer esos alardes. Me conformo con proyectar
algún largometraje de Pixar y comentar con ellos lo emocionante que es la
escena final de Toy Story 3, con todos los juguetes cogidos de la mano
porque piensan que están a punto de morir. Son, en fin, otros tiempos. Aunque
dudo que mejores.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 8/11/2019
No hay comentarios:
Publicar un comentario