Acabo
de ver la interesante película “Stan & Ollie”, que narra la gira teatral
que realizaron los cómicos Stan Laurel y Oliver Hardy en 1953 por teatros de
Gran Bretaña e Irlanda. Formados en el los espectáculos de variedades y en el vodevil
a principios del siglo XX, llegaron a formar pareja cómica en los años 20, lo
que ocurrió por decisión de los todopoderosos estudios de aquella época. Fue
entonces cuando comenzó la leyenda de Laurel y Hardy (el Gordo y el Flaco, como
se les conocía en España), que demostraron ser unos auténticos supervivientes.
Pasaron de las películas de un rollo (10-15 minutos) a las películas de dos
rollos y, de ahí, a los largometrajes de cuatro y cinco rollos, que ya contaban
con argumento y numerosos secundarios. Sobrevivieron a la gran purga del advenimiento
del cine sonoro, en la que numerosos actores de las “silent movies” vieron
fenecer sus carreras. Es más, el hecho de que uno de ellos fuera norteamericano
(Hardy, el Gordo) y el otro británico (Laurel, el Flaco) les permitió jugar con
sus acentos y acentuar la comicidad de sus escuetos diálogos. Incluso les dio
tiempo a embarcarse en la aventura del cine en color y de la televisión. Sufrieron
los problemas de cualquier matrimonio de larga duración en forma de enfrentamientos
contractuales y creativos, pero lograron superarlos y supieron mantener su
fidelidad hasta el final, cuando las preferencias del público ya los había convertido
en reliquias de otra época. Con el tiempo, la Academia de Hollywood los ha
coronado como geniales pioneros, junto a Chaplin, Buster Keaton, Harold Lloyd y
los Hermanos Marx. Los “baby boomers” todavía los recordamos y los disfrutamos
con alborozo infantil. Lo que me pregunto es qué será de las nuevas generaciones,
ahora que no ya pasan películas de los astros del cine cómico por televisión. Supongo
que tendrán que conformarse con Jim Carrey y con Ben Stiller. Pero, ¿qué
quieren que les diga?, no es lo mismo.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 20/12/2019
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