La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

domingo, 15 de diciembre de 2019

Firmas



Esta tarde firmo mis libros en uno de los stands del Altozano, una experiencia que puede ser muy grata o no serlo en absoluto. De las dos ocasiones que he firmado en la Feria del Libro de Madrid, por ejemplo, no conservo buenos recuerdos. Resulta desconcertante observar cómo una marea humana desfila ante tu caseta sin que nadie se detenga, ni siquiera te mire (o lo haga con lástima, que es peor), mientras tres casetas más allá, donde firma uno de los cocineros de MasterChef, se ha formado una cola kilométrica. Una vez me invitaron a la Feria de Valencia para firmar junto a Laura Gallego, lo que podría haber sido la experiencia más humillante de mi vida como escritor. Por fortuna, los organizadores de la Feria me ahorraron el mal trago olvidando abastecerse de libros míos. Otras veces, en cambio, sí que he firmado ejemplares, aunque reconozco que no se me da del todo bien. Procuro no limitarme a estampar mi firma, porque si alguien ha tenido la amabilidad de comprar uno de mis libros, qué menos que agradecérselo con una dedicatoria inspirada e inspirada. El problema es que casi nunca se me ocurre nada original. O puede que sí se me ocurra algo pero pierda el hilo mientras lo escribo, sobre todo cuando el amable lector me habla mientras estoy metido en faena. Otra situación frecuente a la par que incómoda es cuando la dedicatoria te la pide alguien a quien conoces, pero cuyo nombre no recuerdas en ese momento. El conocido te entrega el ejemplar y se planta muy sonriente ante ti. Tú le devuelves la sonrisa y la mano del bolígrafo empieza a temblarte. Al final, lo resuelves de la peor manera posible: “¿Y tú cómo te llamabas?” Cualquiera de estas cosas podría ocurrirme esta tarde. Les ruego su indulgencia. Para las firmas soy terrible, pero escribir no se me da tan mal.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 19/4/2019

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