La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

domingo, 22 de diciembre de 2019

El mando


El mando a distancia del televisor supuso el principio del fin de la armonía familiar. En el pasado remoto (es decir, cuando yo era niño) no los había, ni puñetera falta que hacían. Se rumoreaba que los madrileños disfrutaban de una segunda cadena, pero para los habitantes de esa España que con el tiempo llegaría a estar vacía, el UHF no era más que un mito, unas siglas misteriosas en el panel de mandos de aquellos televisores primitivos. Yo a veces accionaba el UHF, pero lo único que se veía era una especie de tempestad de nieve que no auguraba nada bueno. Supongo que, si en alguna ocasión mis experimentos infantiles hubieran invocado alguna imagen reconocible, me habría desmayado del susto, como si Locomotoro hubiera atravesado de repente la pantalla y se hubiera materializado en el salón de mi casa. En el fondo, creo que aquella cadena única era una bendición, porque garantizaba el orden social y familiar con más eficacia que el mismísimo Fuero de los españoles. Y, si lo pienso, tampoco la incorporación de la Segunda Cadena a la parrilla local supuso una grave perturbación, pues, acostumbrados como estábamos a prescindir de ella, nadie la veía. Ahora bien, cuando llegaron los televisores en color y las cadenas privadas, fue como si se desatara el Apocalipsis. Entonces el mando a distancia se convirtió en el utensilio más anhelado de la casa, un auténtico objeto de poder que enfrentó a quienes vivían bajo el mismo techo, con el consiguiente descalabro para el modelo de familia nuclear. El armisticio llegó con la multiplicación de los televisores en las distintas estancias y, sobre todo, con la irrupción de las nuevas tecnologías. Ahora cada miembro de la familia ve lo que quiere y puede obviar lo que no le interesa, es decir, a sus padres, a sus hijos y a sus hermanos.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 11/10/2019

No hay comentarios: