Mis
alumnos han vuelto de su viaje de estudios con unas bonitas fotos de Italia. La
más curiosa muestra una sábana del hotel de Roma donde pernoctaron. Al ampliar
la imagen, se distingue un bichito marrón que ellos afirman que es una chinche.
Les he preguntado cómo lo supieron y me han dicho que Google les ayudó a
catalogar el ejemplar. Pero la mente de los jóvenes es inquisitiva por
naturaleza y, lejos de conformarse con la evidencia gráfica, decidieron realizar
un experimento del que cualquier profesor de Biología se habría sentido
orgulloso. Para ello buscaron un individuo especialmente orondo (no les fue
difícil localizarlo) y procedieron a aplastarlo sobre una hoja de papel. El
resultado fue un charquito de sangre roja, inequívocamente humana, lo que les confirmó
que se hallaban ante un ejemplar de Cimex lecturalius, es decir, de una
chinche. ¿No les parece inquietante? Supongo que todos hemos encontrado alguna cucaracha
en un bar, en un restaurante o incluso en una habitación de hotel. Pero damos
por hecho que aquellos diminutos vampiros que hasta hace unas décadas atormentaban
a los durmientes eran una especie extinta. Sin embargo, parece que el ajetreo
de viajeros que caracteriza los tiempos modernos las ha vuelto a traer con
nosotros, hasta el punto de que se han convertido en la pesadilla de los
empresarios de hostelería de media Europa. Y uno no puede evitar pensar que los
ejemplares actuales deben de ser mucho más lozanos y saludables que aquellos
que les amargaban la vida a nuestros abuelos, puesto que medran a base de
turistas jóvenes y bien alimentados. Puede que hasta Greta Thunberg haya
sufrido alguna picadura de chinche durante sus viajes. Espero que la joven
activista haya sido coherente y no se haya liado a zapatillazos con esos
bichitos que, al fin y al cabo, no dejan de formar su propio ecosistema.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 13/12/2019
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