Entre
los aficionados a lo fantástico, y más concretamente al cine de terror, existe
una queja muy extendida: las películas de terror de ahora ya no dan miedo, lo
que en general es verdad. Los amantes del terror acudimos al cine resignados a
que la película que nos disponemos a ver va a ser una gran decepción. Sabemos
que, en el mejor de los casos, podemos esperar algunos sustos más o menos
predecibles, porque el auténtico miedo, aquel que sentíamos al ver El exorcista con quince años, parece
haber desertado del género. La mayoría de las películas de terror de hoy en día
dan asco, tanto en sentido figurado como en la literalidad del término. Los
zombis “devoracerebros”, la sangre a borbotones y la casquería fina pueden
revolvernos el estómago, pero el auténtico miedo es otra cosa. Hay un componente
recalcitrante entre los aficionados al terror, una especie de “síndrome de
Peter Pan” que nos hace mantener viva la esperanza de experimentar de nuevo, en
nuestra madurez, las mismas sensaciones que vivíamos en la infancia y en la
adolescencia. Nos negamos a admitir que esto es imposible. Las películas no han
cambiado, pero nosotros sí, y mucho. Los vómitos de puré de guisantes de El exorcista ya ni siquiera nos dan
asco, más bien nos hacen gracia. Lo que nos da miedo no es que Freddie Kruger
venga por nosotros si nos quedamos dormidos. Lo que nos aterroriza es la
enfermedad y la muerte, tanto la propia como la de las personas que amamos.
Creo que en eso, en saber conjugar los miedo de la vida real con lo
sobrenatural, radica la excelencia de Hereditary,
una película de terror estrenada a principios del verano. No se la pierdan si
de verdad quieren pasar miedo. Porque para sustos ya está el recibo de la luz.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 31/8/2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario