El ruido blanco se define como aquel sonido aleatorio que
posee la misma densidad espectral de potencia a lo largo de toda la banda de
frecuencias. Para entendernos, son ruidos blancos el rumor de las olas, el del
agua de un arroyo, el crepitar del fuego o el de una radio que no recibe
ninguna emisora. Yo descubrí sus propiedades cuando vivía en la calle Zapateros
y mis ventanas distaban apenas diez metros de las del conservatorio. En
jornadas continuas de mañana y tarde, los benditos estudiantes de música
aporreaban teclados y tambores, tañían cuerdas y soplaban con toda la energía
de sus jóvenes pulmones en instrumentos de viento que recordaban a las
trompetas de Jericó, todo ello con las ventanas de sus aulas abiertas de par en
par. El clamor resultante era de tal intensidad que me impedía cualquier
actividad que requiriese un mínimo de concentración. Finalmente, al borde ya de
la locura, descubrí que era posible enmascarar el estruendo que brotaba del edificio
de enfrente usando un generador de ruido blanco. Con esto y unos auriculares,
lograba sustituir aquella sinfonía demoníaca por una especie de rumor de
parásitos radiofónicos que resultaba bastante sedante, y que me permitía
concentrarme y trabajar sin problemas. Hoy en día, con la proliferación de los smartphones, es posible descargarse
aplicaciones que reemplazan cualquier ruido exterior por los sonidos de la
jungla, de la playa o de una hoguera. Considero que estas aplicaciones son de
especial utilidad durante estas perezosas tardes estivales, cuando la tele del
vecino se cuela en nuestros hogares, jorobándonos la siesta con alguno de esos
comentaristas deportivos que vociferan emocionados, o con el discurso de algún
político anunciando que su partido se dispone a hacer lo contrario de lo que
habían afirmado que haría. Les animo a probar el ruido blanco para librarse de
esos pesados. Mano de santo, oiga.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 12/8/2016
1 comentario:
Exquisito artículo.
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