A estas alturas Bruce Springsteen ya ha cumplido con
sus citas de Barcelona y de San Sebastián, y se dispone a decir hasta luego en
el Santiago Bernabéu, donde actúa mañana. Sumando los tres conciertos, es más
que probable que el Boss pase más de diez horas dando saltos sobre los
escenarios españoles. De hecho, el lunes corría un chiste por internet según el
cual, al cabo de dos días, Springsteen y su banda seguían tocando en el Camp
Nou, de donde no había manera de sacarlos. Cumplidos ya los 67, el bueno de
Bruce sigue tan campante como si todavía
anduviera ganándose las lentejas por los garitos de su Nueva Jersey
natal, incombustible, infatigable y mucho más cachas que cuando era joven. No
sabemos cómo lo hace, aunque podemos imaginar que será producto de muchas horas
de gimnasio y del buen trabajo de varios entrenadores personales. O quizás esa
eterna lozanía constituya su recompensa por ser tan buen músico y tan buen tipo
(a diferencia de lo que le ocurre al malote de Keith Richards, que tiene todo
el aspecto de figurante en The Walking
Dead). Yo asistí a uno de sus conciertos de hace siete años. Aunque desde
entonces ha regresado con asiduidad (uno llega a preguntarse si alguna vez se
ha ido), no he vuelto a verlo en directo. Pero los telediarios nos lo muestran
exactamente igual que entonces, lo que considero toda una inspiración. A
algunos la vida los pisotea conforme les pasa por encima, a otros los
transporta con la levedad de las olas arrastrando una tabla de surf. Esto puede
parecer injusto, pero a Springsteen se lo vamos a perdonar. Siempre tenemos a
Paul McCartney, con sus cirugías y su aspecto de venerable abuelita inglesa,
para poner las cosas en su sitio.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 20/5/2016
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