Pasado mañana nos levantaremos con la sensación de haber vivido antes ese
día. Mejor dicho, más que una sensación, será una certeza. No debería
importarnos ser convocados a las urnas con frecuencia. Es lo que ocurre en las
democracias robustas. En EE UU a los ciudadanos se les pide que voten cada
dos por tres. Además de a sus congresistas y senadores, eligen a sus presidentes,
gobernadores, jueces, fiscales y hasta a sus jefes de policía. Lo que no se les
pide es que voten dos veces en las mismas elecciones. Ningún norteamericano se
vería obligado a sufrir el absurdo y frustrante déjà vu de este domingo, cuando tengamos que votar a los
mismos individuos que en diciembre, repitiendo las mismas cantinelas que en
diciembre. La única diferencia con aquellas elecciones es que ahora los
conocemos mejor. Por si entonces nos quedaba alguna duda, ahora nos consta que
ninguno de los líderes de los principales partidos es digno de regir las
políticas de este país. Lo han demostrado sobradamente durante estos meses
difíciles que hemos vivido. En lugar de darnos ejemplo de responsabilidad y
entendimiento, se han dedicado a convertir la escena política en una riña de
gatos. El único pacto, cuando se ha alcanzado, ha sido una alianza contra el
sentido común y la confianza de los votantes. Un pacto contra la realidad. Ahora
nos exigen la responsabilidad de ejercer el voto los mismos que han sido
incapaces de demostrar responsabilidad alguna. Necesitamos una reforma
electoral para evitar que la marmota sustituya al toro como emblema nacional.
No se trata de que gobierne el partido más votado, sino de inhabilitar para el ejercicio
de la política a quienes demuestren, como estos señores lo han hecho con creces,
su incapacidad para obrar por el bien de todos.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 24/6/2016
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