En
2009 Leonard Cohen dio un concierto en Valencia al que tenía pensado ir. Al
final no pudo ser, y confieso que sentí alivio al saber que el viejo músico y
poeta se había desvanecido tras la tercera canción y hubo que suspender el
espectáculo. Ahora que se ha desvanecido para siempre, lamento haberme perdido
las pocas canciones que alcanzó a interpretar en aquel bolo frustrado. Las
habría cambiado gustosamente por un concierto de Bob Dylan que me tragué de
principio a fin. No me considero mitómano en exceso, pero por culpa de Leonard
Cohen me planté cierto día en la puerta del Hotel Chelsea de Manhattan con la
pretensión de que me dejaran entrar a echar un vistazo. En mi primer año en la
enseñanza, allá por el 87, usé la canción Chelsea
Hotel como ejercicio para mis clases de inglés, pero ninguno de los
chavales captó la alusión al sexo oral que hay en la letra. Atando cabos, creo
que eso fue lo que me llevó a la puerta del Hotel Chelsea, la imagen de Janis
Joplin complaciendo a su amante sobre la cama deshecha. Años más tarde se me
ocurrió que mis alumnos compararan la letra de Take This Waltz con el poema de Lorca que la inspiró. En esta vida
todos alternamos el papel de alumno con el papel de maestro. A Leonard Cohen le
tocó el papel de maestro eterno, lo que acabó agotándolo. Quizás por eso se ha
quitado el sombrero y nos ha dicho adiós. Se quejaba de que le dolían las
partes de su cuerpo con las que jugaba de joven (y con las que jugaba Janis
Joplin). Él no se consideraba nadie especial, tan solo un inquilino más en el
gran edificio de la música (the Tower of
Song, en sus palabras). Si aguzamos el oído todavía podemos escuchar su voz allá
arriba, a cien pisos de altura, por lo menos.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 19/11/2016
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