Una de las últimas serpientes tardoveraniegas ha sido la protagonizada por el padre José García, párroco en la localidad castellonense de Onda, que ha cometido la temeridad de bendecir el matrimonio civil de dos feligresas durante la celebración de una misa. Quizás no haga falta mencionar que su obispo ha puesto el grito en el cielo y que el padre José se ha visto obligado a pedir disculpas públicamente. Ha explicado que lo único que pretendía era seguir las enseñanzas del Papa en cuanto a «acompañar pastoralmente» a los gays y lesbianas. No sé si la disculpa le valdrá o si este buen cura acabará de misionero en Mozambique. Ahora guarda silencio en espera de que pase la tempestad. Pero yo no he resistido la tentación de abordar el asunto, pues conozco al cura personalmente. Mejor dicho, lo conocí. A principios de los 80 ambos compartíamos alegrías y penurias en el mismo colegio mayor de Valencia. Por aquel entonces el padre José era conocido como «el Ondín» (ninguno nos librábamos de nuestro mote) y nos parecía un tipo algo raro, porque en aquel entorno algo cafre del colegio mayor destacaba por su inocencia y su idealismo, hasta el punto de que decidió dejar la carrera de Medicina para hacerse cura, lo que a todos nos pareció una insensatez. Ahora, transcurridos más de 30 años, José lleva a las espaldas una magnífica labor social en su parroquia. De hecho, se ha convertido en todo un campeón en la lucha contra la pobreza, la marginalidad y la exclusión social. Me imagino que estará pasándolas canutas. Por ello desde aquí le mandó mi reconocimiento por su humanidad y su valentía. Tengo otros antiguos condiscípulos que han destacado por sus brillantes trayectorias profesionales. Pero creo que sobran motivos para dedicarle esta columna en particular a José García, párroco de la iglesia de San Bartolomé de Onda, un tipo de una pieza.
2/9/2016
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