De las varias webs a las que soy asiduo, hay una que goza de mi especial
predilección. Se llama «Futility Closet», y está dedicada a recopilar y
publicar información perfectamente inútil. Estos datos vienen a ser a la
auténtica cultura como esas pelusas que se crían debajo de los muebles para
luego recorrer los pasillos al albur de las corrientes de aire. Pero como uno
no es aficionado al ajedrez, a los crucigramas ni a los juegos de naipes, este
acopio de conocimientos inútiles no deja de ser un pasatiempo inofensivo. Esta
semana, por ejemplo, he aprendido que en la sucesión de Fibonacci cada número
se obtiene de sumar los dos anteriores. También que en Londres vivió una señora
llamada Ruth Belville que se ganaba la vida como «repartidora de tiempo». Su
oficio consistía en sincronizar su reloj con la hora exacta del observatorio de
Greenwich, y luego recorrer la ciudad ajustando relojes aquí y allá. Por otro
lado, en el Walk of Fame de Hollywood hay una estrella que no se colocó en el
suelo, sino en un muro. Es la que corresponde a Mohamed Ali, quien se negó a
que su nombre (es decir, el del Profeta) fuera pisoteado por los miles de
turistas que recorren la archifamosa acera. Tengo que confesar que, como no
carezco de mentalidad práctica, he tratado de buscarle utilidad a todos estos
conocimientos. Desde hace un par de
semanas uso estas curiosidades como tema de conversación en el ascensor,
prescindiendo del manido asunto del clima. El miércoles probé a ilustrar a
algunos de mis compañeros del instituto durante el descanso del café. Ahora
siempre dispongo del ascensor para mí solo, y sospecho que pronto podré
disfrutar del café en paz y sosiego. Como suponía, hasta lo más inútil se puede
aprovechar a poco que uno se las ingenie.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 10/6/2016
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