Cada vez me resulta más difícil escribir esta columna de opinión. ¿Quién
puede permitirse el lujo de tener opiniones hoy en día? Y me refiero a
opiniones que vayan más allá de las que uno puede expresar sentado en una
terraza entre amigos de confianza. De esas tengo muchas, sobre lo divino y lo
humano. Otra cosa es cuando toca ponerlas por escrito en un periódico. Entonces
lo atenaza a uno la responsabilidad. Mejor dicho, el miedo. Sientes el temor de
pecar de ingenuo, de bobo, de mal informado. O aún peor, de que te tilden de
machista, de «cuñado», de extremista, de ejercer el «postureo»… Ni siquiera en
las redes sociales me siento libre de opinar por miedo a quien pueda estar
leyendo. Con tanta plataforma, observatorio, colectivo inquisitorial y petición
de linchamiento en Change.org, hay
que andarse con pies de plomo. A pesar de mis cautelas, ya me las he arreglado
desde esta columna para ofender a dos colectivos: el de los cazadores y el de
los ciclistas. Los primeros me invitaron a ir con ellos de montería para
hacerme ver mi «ignorancia cinegética», invitación que decliné, porque la
combinación de gente cabreada con armas de fuego siempre me dio mala espina. En
cuanto a los ciclistas, me guardo mucho de cruzarme en su trayectoria, incluso
en las frecuentes ocasiones en que me los topo por la acera, no vaya a ser
que lleven una foto mía pegada al manillar. En fin, que esto de opinar en
público se ha convertido en un campo de minas y yo nunca he sido de natural
valeroso. Puestos a verter opiniones, más vale hacerlo en una novela, donde
siempre se puede usar la excusa de que las opiniones no son propias, sino de
los personajes, lo que no deja de ser un modo elegante de echarle la culpa a
otro.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 29/7/2016
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