La amiga Ana Martínez, redactora de este diario, tuvo el detalle de
acordarse de mí hace unos días para un reportaje que estaba preparando. La cosa
iba de libros, claro (¿por qué no me llaman nunca para preguntarme sobre mis
abdominales?). Me pidió que escribiera un párrafo sobre «mi libro de cabecera»,
aquel al que regreso con frecuencia, el que siempre tengo a mano en primera
línea de mi librería. Las posibilidades que brindan este tipo de cuestionarios
para quedar como un zoquete son elevadísimas, máxime cuando uno no va a ser el
único literato consultado, sino uno entre una docena más o menos. Me precio de
conocer un poco a mis compañeros de oficio, por lo que me parecía muy probable
que sus respuestas fueran más en la línea de La insoportable levedad del ser (novela que cumple sobradamente la
amenaza que encierra su título) que en la de Mortadelo y Filemón, aunque a
todos nos haya influido mucho más el maestro Ibáñez que Milan Kundera. Así
pues, me decanté por una respuesta propia de escritor y afirmé que mi libro de
cabecera era una antología de los relatos de Borges que compré cuando estaba en
el instituto, por su enorme capacidad para interpretar el mundo bla, bla, bla. Pues
bien, ha llegado el momento de retractarse y confesar. En realidad, mi libro de
cabecera, el que consulto con más frecuencia, es un ensayo de Pierre Bayard
titulado Cómo hablar de los libros que no
se han leído. Se trata de un manual de enorme utilidad para salir airoso en
cualquier conversación libresca. Incluso para escribir, como ahora hago, sobre
ese mismo libro sin necesidad de haber pasado de su página cinco. El título lo
dice todo.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 8/7/2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario