Ya he perdido la cuenta de las voces de alarma que han surgido sobre el asunto de las pensiones. Los más moderados advierten de que es vital completar las pensiones públicas con planes privados. Hay quien afirma que los jubilados de los próximos años serán los primeros en cobrar pensiones más modestas que las de sus padres. Y no faltan los agoreros que pronostican que, de aquí a poco, no va a cobrar pensión ni Dios (con la posible excepción del rey emérito y los expresidentes). La explicación de tan desalentador panorama es sencilla: el asunto de las pensiones públicas no es más que un timo parecido al de las redes piramidales. Los de abajo les pagan a los de arriba con la vana esperanza de ir escalando puestos. El problema es que cuando los bobos y desdichados dejan de nutrir la base de la pirámide, ya nadie cobra. La única diferencia entre el sistema público de pensiones y una vulgar estafa es que el primero persigue la noble causa de que los jubilados no se mueran de hambre, por lo que goza de amparo institucional, al menos de momento. Otra cuestión es esa manía de nuestros gobernantes de meter la mano en la caja cada vez que no les cuadran las cuentas. Lo hacen con la misma desfachatez que el niño que golfo birla monedas de la alcancía de su hermanito pequeño. Y así la cosa pinta mal. Quizás esas voces de alarma no sean más que una campaña institucional soterrada para que vayamos haciéndonos a la idea de que lo peor puede sobrevenir muy pronto. Quizás dentro de poco traten de convencer a los pensionistas en ciernes de que la vida es una mierda a partir de los 60, y lo mejor, por tanto, es quitarse de en medio.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 16/12/2016
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