Leo con orgullo patrio la noticia
sobre el balance de la reciente Feria: más de dos millones y medio de
visitantes y la friolera de 100 millones y pico de negocio. Doy por buenos los
datos y a la vez siento mucha pena por el fulano al que contrataron para
plantarse en la Puerta de Hierro e ir contando a la muchedumbre que entraba y
salía, poniendo gran cuidado en no contar dos veces al mismo individuo. Toda
una proeza. Por mi parte, he realizado una pequeña indagación sociológica de
andar por casa. Me dice mi hijo que la cosa no ha sido para tanto. Se basa para
ello en el tiempo medio transcurrido antes de alcanzar un urinario donde vaciar
la vejiga. Según él, este año ese lapso no ha superado los 10 minutos para los
varones y los 35 para las mujeres, a diferencia de los 12,5 y 42 minutos,
respectivamente, que hubo que emplear el año pasado para satisfacer la misma
necesidad fisiológica. En aras del rigor estadístico, le hago constar que
quizás el número de mingitorios haya aumentado de forma proporcional al volumen
de visitantes, aunque él se muestra escéptico. Sin embargo, algo ha debido de
mejorar en las instalaciones sanitarias del recinto ferial y sus aledaños, al
menos desde mis años mozos. Por entonces, si uno iba acompañado de su chica y
esta manifestaba su deseo de ir a hacer aguas, lo habitual era despedirse de
forma apasionada, pues nunca se sabía cuánto tiempo iba a transcurrir hasta el
reencuentro, que en ocasiones jamás se producía. Algo hemos progresado en lo
relativo a micciones feriales, sin duda. No tanto en la transparencia del
negocio en sí, toda vez que siguen haciendo su agosto (perdón, su septiembre)
quienes menos trabajan para ganárselo.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 23/9/2016
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