«El país de
octubre es esa tierra donde el año siempre está acabando. Es el país donde las
colinas son de niebla y los ríos de bruma, donde el mediodía apenas existe y el
crepúsculo nunca termina. Un país compuesto de sótanos y semisótanos, de pozos
carbón, armarios y desvanes. Un país donde la gente es gente del otoño que solo
piensa pensamientos de otoño. El país cuyos habitantes, al caminar de noche por
las calles vacías, suenan como la lluvia».
Se trata de
una cita, de una traducción apresurada de un texto de Ray Bradbury. Estos
últimos días del mes de octubre, con su melancólica belleza, me han traído esas
palabras a la memoria. Puede que también nosotros habitemos ese país donde
siempre es otoño, una estación de sombras alargadas y de lugares escondidos del
sol. Octubre es un mes en el umbral. La luz del verano se desdibuja en la
memoria y el inexorable cambio de hora trae consigo la victoria de la noche. El
frío acecha a la vuelta de la esquina y muy pronto sentiremos sus dedos pálidos
en pleno rostro. Nos volveremos seres nocturnos, personas de lluvia y de
niebla, apenas fantasmas. Ingresaremos en la inexistencia, como si todos
fuésemos votantes del PSOE, un partido empeñado en la tenebrosa empresa de
devorarse a sí mismo. Si todo ocurre conforme a lo planeado, mañana ya
disfrutaremos de otro gobierno de Rajoy. Los suspiros de alivio que brotarán
del Congreso se oirán desde la calle. A fin de cuentas, habrán salvado su
escaño y sus privilegios. Claro que en el proceso habrán perdido también la
vergüenza, aunque no creo que les preocupe ese detalle. Para eso hace falta
tener escrúpulos, y ya nos han demostrado que carecen de ellos. Como diría un
personaje de Juego de tronos, «el invierno se acerca». Pero de momento todavía
es octubre, el mes de la melancolía. También un mes propicio para las
revoluciones.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 28/10/2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario