Aparte
de las navajas y de los poetas del haiku, esta ciudad posee otros rasgos de
identidad que conviene recordar de vez en cuando. Uno de ellos es la calidad de
los músicos y bandas que han brotado en este erial azotado por los elementos.
El periodista musical Juan Ángel Fernández se encargó de refrescarnos la
memoria con su crónica El tesoro de
Lodares, 30 años de pop albaceteño. El libro se publicó a principios de los
90, y narra la evolución de la música popular desde las orquestas de baile de
los 50 hasta la eclosión de bandas roqueras con proyección nacional de «la
movida» y la «postmovida». Las biografías de los músicos (incluso las de los
músicos de provincias) suelen tener un componente romántico y novelesco que nos
fascina, y Fernández dio en el clavo al contarlas con brío y abundancia de
detalles. De ese modo supimos de la aventura de los fabulosos Trasgos, el grupo
de Juan Rosa el Rana y de Adrián
Navarro, que se codearon con lo mejorcito del pop nacional del momento, aunque
perdieron su pasaporte a la fama por culpa de la mili y de la incomprensión
familiar. Aun así, siguen siendo el referente más prestigioso de bandas que
surgieron décadas más tarde, y que sí lograron dar el salto que los catapultó a
la vanguardia del rock nacional. Ayer, precisamente, estuve charlando un rato
con Adrián Navarro, que ya se ha jubilado como gerente del negocio familiar,
pero mantiene intacta su pasión por el rock and roll y las guitarras. Se
lamentaba Adrián de que en esta ciudad no quedan apenas locales para tocar en
directo, y no le falta razón. Es cierto que una guitarra distorsionada hace
mucho más ruido que un poeta recitando sus obras, pero ambos hablan de cosas
igualmente importantes. Quizás el Ayuntamiento debería tomar nota.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 23/2/2018
No hay comentarios:
Publicar un comentario