La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

viernes, 17 de mayo de 2013

Viagra y bromuro




Curioseando por internet recalo en la página www.naukas.com, una web de divulgación tecnológica y científica con su punto de humor. Allí leo un excelente artículo firmado por José Ramón Alonso cuyo título es «El ácido nítrico, la viagra y la charla más famosa de la historia». La charla a la que se hace referencia la impartió el neurofisiólogo británico James Bridley en el 78º Congreso de la Asociación de Urólogos Americanos, que se celebró en Las Vegas en 1983. Versaba sobre «la terapia vasoactiva en la disfunción eréctil». No se sabe muy bien si la intención del profesor Bridley era llamar la atención de sus colegas a toda costa o si el hecho de que el congreso tuviera lugar en Las Vegas (capital del desmadre por excelencia) tuvo algo que ver. Lo cierto es que en aquella ocasión no se cumplió el famoso dicho de que «lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas». El hombre se presentó a dar la charla en chándal, lo que ya resultaba llamativo de por sí. Luego, mientras glosaba las propiedades de ciertas sustancias como remedio para la impotencia, fue mostrando diapositivas de penes en distintos grados de erección. Pero lo que acaparó de inmediato la atención de sus colegas fue la revelación de que, en realidad, se trataba de imágenes del su propio apéndice, ya que él mismo se había usado como conejillo de indias. «Claro que estas fotos podrían haber sido tomadas en estado de excitación erótica», reconoció Bridley. Y continuó: «Teniendo en cuenta que nada hay menos erótico que el hecho de estar hablando ante ustedes, les ruego se sirvan comprobar con sus propios ojos la eficacia del compuesto que me he inyectado poco antes de venir aquí». Y procedió entonces a bajarse los pantalones del chándal hasta los tobillos. «Observen, observen el grado de tumescencia que he alcanzado», proclamó mientras descendía del escenario y paseaba su miembro desnudo y rígido ante las narices de sus distinguidos colegas y de algunas de sus esposas. Y así, entre gritos de horror y expresiones de pasmo, fue como concluyó la célebre ponencia.
Trece años después sería la multinacional farmacéutica Pfizer la que se llevaría el gato al agua al patentar el sildenafilo, el primer remedio efectivo y práctico para la disfunción eréctil, que se comercializaría con el nombre de Viagra. A diferencia del compuesto de Bridley, la Viagra se administra por vía oral, lo que resulta mucho menos engorroso que ponerse una inyección en el pene. De hecho, creo que muchos varones optarían por la castidad antes que someterse a semejante trance. Pero fueron los pioneros como James Bradley los que abrieron el camino que conduciría al sexo «postpitopáusico», mejorando de ese modo la calidad de vida de muchas parejas crepusculares y el ego de más de un donjuán venidos a menos.
Conviene recordar, no obstante, que a veces el resultado apetecido es el contrario. Es decir, la investigación farmacológica se ha ocupado también de buscar compuestos «anafrodisiacos», que son aquellos que inhiben el apetito sexual del varón en lugar de estimularlo. La idea es recurrir a métodos inocuos y reversibles, nada que ver con la cirugía barbera que se usaba con aquellos célebres castrati del Barroco. Ni siquiera con el dichoso bromuro que, según la creencia popular, se administraba a mansalva en seminarios y cuarteles.
El hecho es que han trascendido ciertos documentos clasificados en los que se hace referencia a un proyecto denominado «Urano» (el dios griego que fue castrado por su propio hijo). El proyecto «Urano» parece involucrar a altas instancias de los ministerios de Trabajo, Salud y de Educación, con el objetivo final de lograr que disminuya el impulso sexual de los jóvenes españoles, tanto entre los estudiantes como entre aquellos que buscan su primer empleo. Las cifras de fracaso escolar y de desempleo juvenil son aplastantes y reveladoras, y existen estudios que demuestran la incidencia de los bajos instintos en todo ello. No en vano los jóvenes españoles parecen dedicar mucho más tiempo y esfuerzo a satisfacer sus urgencias eróticas que al estudio o a la búsqueda tenaz de empleo. Las chicas, por su parte, también saldrían beneficiadas al librarse del acoso constante de tanto moscón revoloteando a su alrededor. Como saludable efecto colateral, el apaciguamiento de los machos jóvenes supondría un freno notable a los embarazos no deseados y a las ETS (enfermedades de transmisión sexual). No existe constancia de que el Opus Dei y la Conferencia Episcopal anden implicados en el asunto, aunque no se descarta tal extremo.
E se non è vero, è ben trovato, qué caramba.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 17/5/2013

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