Existe
una teoría según la cual todos estamos conectados por un máximo de cinco pasos
con cualquier otra persona del planeta. Supongamos que José tiene un amigo cuyo
primo trabaja en una empresa de importación (dos pasos). Pues bien, el jefe de
este primo (tres pasos) viajó en cierta ocasión al África meridional por
motivos de trabajo. Allí coincidió con el cooperante de una ONG (cuatro pasos),
quien le contó que, en el curso de una expedición, se había topado con un grupo
de nómadas bosquimanos. Por la noche, al calor de la hoguera, el chamán de este
grupo le habló al cooperante de lo peligroso que es pronunciar el nombre del
león, ya que las moscas oyen lo que la gente dice y vuelan al encuentro del
león para contárselo. Mi amigo José y el chamán bosquimano estarían separados
por tan solo cinco pasos. Si no salimos del mundo occidental, seguramente no
habría que dar más de tres o cuatro saltos para establecer la relación. Dos
ejemplos: yo mismo puedo alardear de vínculos relativamente cercanos con dos
estrellas míticas del rock como Mark Knopfler y Elvis Presley. Hace treinta
años, durante una estancia en Inglaterra, hice amistad con un estudiante
llamado Graham. En su Newcastle natal, Graham había tenido como profesora de
matemáticas a Louisa Mary Knopfler, la madre del músico. Afirmaba que tenía los
mismos ojos y nariz que su hijo, y que le resultaba imposible ver un vídeo de
Dire Straits sin sentir un ataque de pánico. Por otro lado, tengo un amigo
norteamericano que en su juventud hizo sus pinitos en Hollywood. Allí consiguió
un pequeño papel en Estrella de fuego,
un western de 1960 cuyo protagonista (lo han adivinado) era el mismísimo Elvis
Presley. Parece que el azar reserva para cada uno de nosotros una modesta
ración de inmortalidad.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 26/1/2018
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