Un
amigo de Facebook se quejaba hace poco de las actualizaciones a las que es
sometido periódicamente su teléfono móvil. Decía que cada vez que aparece en
pantalla el letrerito que amenaza con una actualización, se encomienda en manos
del Altísimo, pues uno nunca sabe si al final del proceso tendrá todavía un
teléfono inteligente o bien un cachivache lento y estúpido. «¿Soportará mi smartphone una nueva actualización?», se
preguntaba mi amigo. Exactamente igual ocurre con los ordenadores. Imaginen que
se compran un coche y que el fabricante se lo arrebata de vez en cuando para
irse a dar una vuelta con él. Esto ocurre de forma periódica, sin previo aviso
y durante un tiempo indeterminado, y no importa si usted necesita desesperadamente
el coche para ir al trabajo o para llevar a sus hijos al colegio. Este es el
proceder de Microsoft con su sistema operativo Windows, que habita en la
mayoría de los ordenadores de los humildes. Un buen día enciende su equipo y se
encuentra con la sorpresa de que el sistema debe instalar alguna misteriosa
actualización cuya utilidad desconoce por completo. Suele ocurrir cuando
necesitamos el ordenador con urgencia. Sin embargo, la instalación es
obligatoria, pues sin ella el aparato no funcionará. Se nos advierte que no se
nos ocurra apagar el equipo o tendremos que pagar las consecuencias. Y el
tiempo de esperar puede prolongarse durante horas, con resultados siempre
inciertos. A veces notamos una leve mejora, a veces no notamos nada. Otras
veces (demasiadas) el ordenador se ha vuelto un trasto desobediente y trastornado,
y hasta la operación más sencilla requiere grandes dosis de paciencia. Me
pregunto si no nos espiarán a través de la cámara para disfrutar de la cara de
idiotas que se nos queda. Nos quejamos de los políticos que nos desgobiernan,
pero el auténtico enemigo es Bill Gates. Somos sus rehenes. Asúmanlo.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 12/1/2018
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