Un
año más nos encontramos con un segundo trimestre exageradamente largo y un
tercer trimestre reducido a la mínima expresión. Hace unos días le pregunté a
mi compañero de Religión del instituto el motivo por el que las fechas de la
Semana Santa varían tanto de un año para otro. Armándose de paciencia, me
explicó que la cosa data del siglo VI de nuestra era. Según el cálculo
realizado por el monje y erudito Dionisio el Exiguo, únicamente hay que echar
mano del calendario astronómico y tomar como referencia la primera luna llena
que siga al equinoccio de primavera. El Domingo de Resurrección será el primer
domingo posterior a esta luna llena. Es decir, las vacaciones de Semana Santa tanto
pueden caer en marzo como en abril, con más de un mes de diferencia,
dependiendo de los ciclos lunares. A pesar de los trastornos que todo este lío
pueda suponer, creo que en el fondo esta incertidumbre resulta saludable, pues
nos vacuna contra el aburrimiento y la rutina. De hecho, creo que se debería
extender a todas las facetas de la vida que dependan del cómputo del tiempo.
Propongo, por ejemplo, que usemos despertadores cuyas alarmas no se puedan
poner a horas exactas, sino con al menos treinta minutos de margen. Así podríamos
disfrutar de mañanas tranquilas mientras que otros días tendríamos que saltar
de la cama y abandonar nuestro domicilio por el procedimiento de urgencia.
Nuestro horario laboral también variaría de forma caprichosa con apenas unos
minutos de aviso. Y las vacaciones, que se podrían asignar aleatoriamente y sin
tiempo para planear nada. Si me apuran, incluso las Navidades podrían
establecerse conforme a un sorteo que las situaría entre los meses de
septiembre y mayo, evitando la aburrida cantinela anual de la lotería cada 22
de diciembre. Que nadie acuse a la iglesia católica de aferrarse a tradiciones
medievales. ¡Viva Dionisio el Exiguo! ¡Viva la incertidumbre!
Publicado en La Tribuna de Albacete el 12/4/2019
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