Ya me
he referido en alguna ocasión a esos ciclistas (no a todos, sino a esos en
concreto, no montes en cólera todavía, amigo ciclista) que padecen cierta
disociación de la personalidad. A veces se saben vehículos y usan la calzada,
como debe ser. Pero, ay, otras veces se piensan peatones e invaden la acera.
Este síndrome suele desencadenarse cuando se topan con una señal de dirección
prohibida o con algún obstáculo, o simplemente cuando les da la real gana. El
problema es que suelen hacerlo sin reducir la velocidad y sin prestar mucha
atención a la presencia de peatones en la acera. Me imagino que a casi todos
les habrá ocurrido. Uno va caminando tranquilamente y, de repente, ve pasar una
bicicleta como una exhalación y a muy pocos centímetros de su cuerpo serrano.
Entonces siempre te haces la misma pregunta: ¿qué habría ocurrido si me hubiera
dado por desplazarme ligeramente en la dirección en que venía la bici? ¿Qué
habría sido de mí? Se trata de un problema que amenaza con volverse endémico.
Es más, la situación ha empeorado con la incorporación del patinete eléctrico
al tráfico urbano. Y los usuarios de los patinetes ya no sufren ambivalencias
ni complejos, sino que se han decantado por la acera como el escenario natural
de sus correrías. Así las cosas, uno tiene que pensárselo muy seriamente antes
de salir de su casa. En cualquier momento, en cualquier acera, al volver
cualquier esquina, corres el riesgo de ser arrollado por alguno de estos individuos
que piensan que desplazarse a 25 o 30 km/h sobre un vehículo de motor en un
espacio reservado para los peatones es una conducta normal y cívica. Sin ser
muy amigo de las sanciones, opino que en este caso la policía local debería
aplicarse más para atajar el problema.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 8/2/2019
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