Acostumbrado
a la interacción de las redes sociales, a las respuestas casi instantáneas, a
los «me gusta» y los comentarios en cadena, esto de escribir una columna en la
prensa te hace sentirte muy solo, como un náufrago que lanza su mensaje dentro
de una botella y no vuele a saber nada de él. En la era de la comunicación
constante e inmediata, escribir en un «periódico de papel» (esto, hasta hace
poco, habría sonado repetitivo y estúpido) tiene un punto de onanismo, y no es
raro desarrollar el síndrome del columnista-burbuja, por el que acabamos
convencidos de que estamos escribiendo para nosotros mismos, de que en realidad
no hay nadie al otro lado. Hubo cierto colaborador de prensa que llevó esto
hasta sus últimas consecuencias. Puesto que no había nadie al otro lado, ¿para
qué molestarse? Y empezó a repetir columnas que había publicado menos de un año
antes, tal vez cambiándoles una coma o dos. Pero no estamos hablando de
sinvergüenzas ni de pícaros, sino de la soledad del columnista. Aunque a veces
las cosas no son como uno, en su visión pesimista y escéptica de la vida, las
había pensado. La semana pasada, sin ir más lejos, no pude escribir esta
columna. Enfermé de repente y di con mis huesos en el hospital, sin apenas
fuerzas para tomar el móvil y mandar una nota de disculpa al director y los
compañeros del diario. No sé quién aprovechó mi espacio, pero avisé con tan
poco tiempo que no me extrañaría que fuera un señor que pasaba por la calle. La
sorpresa fue que durante la mañana del viernes empecé a recibir mensajes
preguntándome qué me había ocurrido. En algunos daban por hecho que había
conseguido que me echaran por fin del plantel de columnistas. En otros,
suponían (correctamente) que había caído enfermo. Es gratificante darse cuenta
de que a uno lo echan de menos. Aunque sean dos o tres lectores.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 26/1/2019
No hay comentarios:
Publicar un comentario