Gabriel
Rufián ha mencionado Albacete y se ha armado la gorda en Albacete, e incluso en
Toledo. Fue a propósito de la ratificación de la sentencia de esos energúmenos
que apalearon a dos guardias civiles. “Todo el mundo sabe que si esos siete
chavales, en lugar de ser de Alsasua, fueran de Albacete, no estarían en la
cárcel”, dijo. Y faltó tiempo para que el alcalde de Albacete y el presidente
García-Page montaran en cólera (Page incluso declaró sentirse humillado). Entiendo
que cada cual tiene derecho a ofenderse con lo que quiera. De hecho, hoy en día
el sentirse ofendido es la seña de identidad de numerosos colectivos e
individuos. Pero de los políticos se espera más cintura y menos gestos
cosméticos. Puestos a sentirnos ofendidos, deberíamos ofendernos en primer
lugar con Cervantes, que escribió aquello de “En lugar de La Mancha de cuyo
nombre no quiero acordarme”. No es a Cervantes le fallara la memoria, es
sencillamente que no quería acordarse de una tierra que seguramente le traía
malos recuerdos. Imaginemos lo que el cosmopolita Cervantes debía de sentir al
verse obligado a arrastrase entre un poblacho manchego y otro. La famosa cita
de Cervantes sobre el “lugar de La Mancha” es humorística, como el resto del
Quijote, y viene a significar “En un sitio cualquiera del culo del mundo”. Hace
unos años visité algunos colegios de la zona metropolitana de Barcelona. Cuando
les dije a los chicos que era de Albacete, me miraron con la misma cara que si
les hubiera dicho que venía de Marte. “Entre Madrid y Valencia”, les aclaré.
Pero dio lo mismo. Para aquellos alumnos de bachillerato catalanes, entre
Madrid y Valencia no había nada. Si atendemos a la peculiar distribución
demográfica de este país, lo triste es que seguramente tenían razón. Casi
deberíamos darle las gracias a Rufián por acordarse de que Albacete existe.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 29/3/2019
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