“La última pregunta se formuló por primera vez, medio en
broma, el 21 de mayo de 2061, un momento en que la humanidad acababa dar de su
primer paso hacia la luz”. Estas son las primeras palabras de un relato mítico
de la ciencia ficción moderna, The Last Question, publicado por el escritor
norteamericano Isaac Asimov en 1956. Alguna vez se ha dicho que se trata de la
mejor historia corta de ciencia ficción de todos los tiempos, afirmación quizás
discutible. De lo que nadie puede dudar es de la colosal influencia de Asimov
en la formación de amantes de este género, ni de su mérito como divulgador de
la ciencia y del conocimiento en general. En “La última pregunta” se narra la
historia futura de la humanidad en unas pocas páginas. A lo largo de distintos
momentos del desarrollo de la especie humana, alguien le pregunta a la
gigantesca computadora Multivac si existe algún modo de detener y revertir la
muerte térmica del universo, el proceso que los físicos denominan “entropía”,
cuyo resultado será un espacio convertido en una ámbito frío, oscuro e inerte.
No voy a reventar el final del relato, pero puedo asegurar que es uno de los
momentos más hermosos y poéticos que he vivido como lector, una demostración
magistral de cómo la literatura y la ciencia pueden darse la mano. También del
valor del arte como herramienta de conocimiento. Hoy lo he comprobado otra vez
con mis alumnos, que han escuchado fascinados la voz de Asimov leyendo su
historia. Puede que no exista una “última pregunta”, pues cada respuesta seguirá
abriendo nuevas incógnitas. Pero la obligación de quienes educamos, al menos
así lo veo, es esforzarnos por estimular las mentes de los jóvenes, su
curiosidad y su imaginación. Tal vez uno de ellos sea capaz de hallar la
respuesta a alguna de las grandes preguntas de nuestro tiempo.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 30/11/2018
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