La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

domingo, 30 de diciembre de 2018

Símbolos


El mundo de los significados es elusivo. Las palabras, por ejemplo, mutan sus significados constantemente, o se nutren de acepciones nuevas que antes no poseían. Originalmente, la palabra «avión» designaba al pájaro que comúnmente se conoce como «vencejo», y una «azafata» era una mujer noble que servía a la reina. El lenguaje, como todos los asuntos humanos, es una sustancia volátil, por mucho que la Real Academia se esfuerce en fijarlo y limpiarlo de impurezas. Con los símbolos pasa algo parecido, y las banderas son buen ejemplo de ello. Los mismos colores que a unos les inspiran reverencia, a otros les pueden provocar desprecio o miedo. Y ello pese a lo que digan las leyes, porque legislar sobre símbolos es tan inútil como hacerlo sobre el significado de las palabras. En Cataluña, las banderas se han convertido en el símbolo de la crispación y la brecha social que allí se sufre. La Constitución sanciona que la bandera roja y gualda es uno de los símbolos del Estado, y por lo tanto nos representa a todos, pero muchos ciudadanos de este país no lo sienten así. Hay muchos motivos para este rechazo. Algunos son de índole histórica. Otros, no hay que ir a buscarlos tan lejos. La derecha más rancia ha convertido la bandera nacional en la punta de lanza de sus mítines y manifestaciones, y lo que para unos es un emblema venerable, para otros se ha convertido en representación de la España más caduca y carpetovetónica. Eso los políticos lo saben muy bien. Por ello algunos no comprendemos ese acto excesivo y gratuito de colocar una bandera gigantesca en la punta del parque, a muy pocos metros de organismos oficiales donde ya cuelgan banderas porque así lo ordena la ley. Puede que quienes presidieron el acto lo único que izaran fueron sus propios intereses partidistas, y una visión de España que, desde luego, no es la mía.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 7/12/2018

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