Esa
caja de sorpresas que es la prensa digital de Albacete no se limita a
informarnos sobre la tasa de alcoholemia de los conductores pillados in
fraganti, o a intrigarnos con titulares al estilo de Miguel Gila, del tipo
«alguien ha matado a alguien». A veces también nos sorprende con noticias de
hondo contenido humano y social, incluso con alertas sanitarias. Esta semana
hemos sabido que en el balcón de un piso de cierta calle céntrica, propiedad de
unos ciudadanos de origen chino, tenían colgados un buen número de «animales
muertos». La noticia se ilustraba con una foto del balcón en la que, en efecto,
se distinguían unos veinte o treinta pequeños cadáveres que colgaban
melancólicamente de la barandilla. No parecían perros, gatos ni roedores, sino
más bien aves, quizás pollos o patos. Las sutilezas de la cocina asiática se me
escapan, pero la china, en concreto, es famosa por la variedad y exotismo de
los productos que emplea en sus recetas, desde babas de golondrina a intestinos
de pato, aunque por estas latitudes, donde las vísceras más nauseabundas gozan
de tanto predicamento, eso no debería sorprendernos. El problema con estos
ciudadanos chinos no es que las aves estuvieran muertas (no conozco ninguna
receta en la que se cocinen vivas). Tampoco su exhibición pública (¿acaso cualquier
aficionado a la caza no está habituado a escenas mucho peores?). Lo preocupante
es que el escenario del cruento despliegue fuera un balcón en medio de la
ciudad y el hecho de que la familia
regente un restaurante (atención: NO se trata del que está en la misma calle),
por lo que caben ciertas dudas de si el destino de la modesta masacre no sería
la cocina del establecimiento. Yo frecuentaba los restaurantes chinos. Ahora
estoy considerando la posibilidad de hacerme vegetariano.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 16/11/2018
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