Los
músicos de rock usan el término GAS para referirse a la tendencia compulsiva a
comprar cachivaches nuevos para ampliar su equipo. La palabra es el acrónimo de
“Gear Adquisition Syndrome”, y parece que no afecta solamente a los músicos,
sino también a los fotógrafos, a los aficionados al motor y a otros muchos
colectivos de gente con pasatiempos caros. Pero el síndrome castiga de forma
especial a los roqueros, entre los que me cuento. Hace cosa de un año decidí
retomar mi afición adolescente por la guitarra eléctrica y les propuse a unos
amigos que formáramos un grupo de rock. Según mi previsión, el desembolso iba a
ser modesto. En algún rincón polvoriento de mi trastero todavía conservaba dos
guitarras (una eléctrica y otra acústica), y un amplificador vetusto pero aún
en funcionamiento. Pronto me di cuenta que aquello no había hecho más que
empezar, en especial al comprobar que el otro guitarrista del grupo tenía, no
una, sino dos guitarras eléctricas y un amplificador mucho más potente que el
mío. Entonces empezó la carrera por adquirir más y mejor equipo, y el síndrome
conocido como GAS se desató en su versión más virulenta y costosa. Un año
después, poseo cinco guitarras eléctricas de todas las formas y colores, un
amplificador que se podría usar para hacer demoliciones, una colección de
pedales de guitarra cuya utilidad todavía no tengo muy clara, y varios
cachivaches más que incluyen soportes, afinadores, correas, etc. Hace un par de
semanas, durante una de las crisis más severas de mi GAS, me compré un banjo
que apenas sé tocar, pero que queda precioso colgado de la pared. He perdido la
cuenta del dinero que he gastado, y mi mujer empieza a mirarme como si
estuviera perdiendo la cabeza, lo que podría ser una descripción exacta de mi
estado. ¡Larga vida al rock and roll!
domingo, 30 de diciembre de 2018
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