La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

domingo, 30 de diciembre de 2018

Fumar


O yo me estoy haciendo viejo o el mundo se está volviendo demasiado complicado. O las dos cosas. Cuando era joven todo resultaba relativamente sencillo. Fumar, por ejemplo. Uno iba a un estanco y pedía una marca de tabaco. Y ya está (cierto es que a veces fumábamos otras cosas, pero eso no viene a cuento ahora). Ahora en los estancos venden las sustancias más insólitas. Algunas parecen golosinas y otras vienen en frasquitos. Y la simple observación no ayuda mucho a comprender la naturaleza de esos mejunjes. Intuyo, sin embargo, que algunos se inhalan con el auxilio de unos dispositivos electrónicos parecidos a un bolígrafo, cachivaches que sin duda cuentan con luces LED y con puerto USB. Otros utensilios del fumador moderno se adentran más bien en el mundo de orientalismo, y guardan cierto parecido con las pipas de los fumadores de opio. De lo único que estoy seguro es de mi estupor ante ciertas conversaciones que oigo mientras aguardo mi turno en el estanco: «¿Tenéis algún sabor nuevo?» «Sí, ahora nos ha llegado con sabor de melocotón?». O de pipermín, o de manzana caramelizada, o de solomillo con reducción de Pedro Jiménez. Y acto seguido se llevan unos frasquitos que parecen salidos del laboratorio de la serie Breaking Bad. O bien unos tarros llenos de píldoras de colores que me recuerdan a la fábrica de Willy Wonka. Y yo pienso, «por Dios, ¿qué se está fumando esta gente?». ¿Adónde han ido a parar aquellos Ideales, aquellos Celtas cortos, aquellos Bisontes de mi juventud? A veces incluso me viene a la memoria el nombre de don Francisco Hernández Boncalo, aquel descubridor y científico del siglo XVI que trajo de las Indias las primeras semillas de tabaco, convirtiéndose así en precursor del enfisema y del cáncer de pulmón. ¿Qué pensaría el buen caballero de todo esto? A buen seguro, estará revolviéndose en su tumba.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 26/10/2018


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