A los estudiantes se les ha hecho muy largo el
segundo trimestre de este curso. Estamos en uno de esos años en los que las
vacaciones de Semana Santa caen tarde. El curso pasado, sin ir más lejos, las
vacaciones empezaron el 28 de marzo, dos semanas antes que este año. La Junta
intenta compensar estos vaivenes anteponiendo o posponiendo las vacaciones a
los días festivos de la Semana Santa, con lo que esto supone de trastorno para
las familias, que pueden encontrarse a sus hijos de vacaciones escolares en una
semana que para ellos es laborable. Este año las vacaciones guardan mayor
sincronía con las festividades. Con todo, es imposible evitar que exista
discrepancia entre los calendarios escolar y laboral, de modo que aquellas
familias afortunadas en las que ambos progenitores trabajan seguirán teniendo
que inventar fórmulas para tener atendidos a los niños mientras ellos van a
ganarse el sustento, fórmulas que en muchos casos llevan el nombre de los
abuelos.
Año tras año observamos resignados cómo la Semana
Santa y las vacaciones escolares asociadas a ella saltan de forma caprichosa en
el calendario, con el consiguiente trastorno para las familias. Para comprender
el motivo de tan curioso proceder debemos remontarnos hasta el siglo VI, época
en que un monje llamado Dionisio (al que apodaban «el Exiguo», sepa Dios por
qué) ideó la fórmula de calcular la fecha del Domingo de Resurrección a partir del
calendario astronómico (el primer domingo posterior a la primera luna llena que
siga al equinoccio de primavera, nada menos). El problema es que esta fecha
puede estar comprendida entre el 22 de marzo y el 25 de abril, es decir, con
más de un mes de diferencia.
Por culpa de Dionisio el Exiguo y de sus malditos
cálculos, los alumnos de los colegios y los institutos de este país completaron
la segunda evaluación hace casi un mes (más tiempo, en el caso de los mayores).
Después, en lugar del descanso vacacional, se han encontrado de sopetón con el
tercer trimestre, con lo que pueden imaginar el rendimiento de los chicos
durante estas semanas inmediatamente anteriores a las vacaciones. Como ven, no
se trata únicamente de una dificultad para las familias, sino de un serio
problema en la organización del curso académico. Y creo que no hace falta
preguntarle a un pedagogo para comprender las dificultades que todo esto supone
para estudiantes y profesores. Pero no queda ahí la cosa, porque al poco de regresar
de las vacaciones de Semana Santa nos encontramos con el puente del 1 de mayo.
La irracionalidad elevada al rango de calendario escolar. Claro que no sucede
lo mismo en todas partes.
Los franceses aplican el principio pedagógico de que
el rendimiento de los alumnos disminuye de forma drástica al cabo de cada 30-35
días lectivos. Por ello introducen unas vacaciones escolares de diez días en
mitad de cada trimestre que nada tienen que ver con las fiestas religiosas (no
sé si los padres de los escolares franceses se enfadan por ello, aunque todo es
posible). En el Reino Unido se procede de un modo similar. Además, los festivos
se vinculan siempre al fin de semana en lo que se llama bank holiday, que viene a ser lo mismo que nuestros puentes pero
mejor organizado. En Italia, sin embargo, la Semana Santa baila en los calendarios
igual que aquí, lo que se explica por la tradición católica que españoles e
italianos compartimos.
Los hay que abogan por la instauración de un
calendario laboral independiente de las fiestas religiosas, lo que me parece
una utopía (por no decir una soberana estupidez). Al margen del número real de
católicos practicantes, la Semana Santa es un hecho sociológico que no se puede
ni se debe erradicar. No es posible darle la espalda a la Historia. Los
franceses tuvieron su revolución y los ingleses un cisma en el siglo XVI, y
ninguna de esas cosas ha ocurrido aquí. Además, la Semana Santa tiene una
importancia capital, y no me refiero solamente a los devotos, los costaleros y
los penitentes, sino a la totalidad del sector turístico. Lo que quizás no resulte
tan descabellado es que la iglesia católica se plantee hacerle un favor a la
sociedad civil, a los trabajadores con hijos y a los estudiantes, y «programar»
el Domingo de Resurrección con independencia del equinoccio y las fases
lunares, de tal forma que el segundo y tercer trimestre de cada curso tengan
una duración semejante. Tal vez sea pedir mucho, toda vez que ello supondría
cambios sustanciales en el calendario litúrgico (Cuaresma, Pentecostés, etc), pero
creo que mucha gente lo agradecería, incluso más de un católico practicante. Y
dudo que a Dionisio el Exiguo, a estas alturas, le diera por revolverse en su
tumba.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 18/4/2014
1 comentario:
Estoy de acuerdo en algunas cosas y en desacuerdo con otras, pero lo más divertido es que propongas que la Iglesia cambie algo. Je, je
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