De todas las imágenes que nos deja este año que hoy
termina, quizás la que más perdure sea aquella del rey Juan Carlos posando, fusil
en mano, delante de un elefante abatido a tiros. La foto trascendió a raíz de
un accidente que el monarca sufrió en Bostwana, mientras participaba en una
cacería que al parecer no era la de la foto, aunque tampoco era de perdices. No
sospechaba el español medio, tan juancarlista él, que el rey les profesara
semejante inquina a los paquidermos. Por ello se armó aquel revuelo que terminó
con don Juan Carlos pidiendo perdón a la salida de la clínica donde lo habían
operado de una cadera. «Lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá a
ocurrir», dijo con cara compungida el regio paciente, palabras sencillas que
obraron a semejanza de una manga de bomberos, pues tuvieron la virtud de apagar
la polémica. Casi nueve meses después, sin embargo, creo que ha llegado el
momento de volver la vista atrás y realizar un análisis desapasionado de
aquellos hechos. Para empezar, ¿alguien puede creerse que la foto de don Juan
Carlos y el elefante muerto trascendiera por casualidad? Y no me estoy
refiriendo a agitadores republicanos ansiosos por socavar la imagen de la
monarquía, sino a la propia casa real. Sostengo la teoría de que la foto de don
Juan Carlos con su escopeta enhiesta y el elefante tiroteado a su espalda
pretendía alimentar la imagen del rey como un hombre aún vigoroso, un tipo
viril, un machote, vamos. Ninguna cualidad se aprecia tanto como la virilidad
en un país como el nuestro, donde las palabras «macho» y «cojones» jamás se nos
caen de la boca (si hasta las niñas se llaman unas a otras «macho», por si no
habían reparado en ello). El caso es que los cataplines del rey llevaban ya tiempo
en entredicho. Entre caídas absurdas y demás traspiés, don Juan Carlos nos
estaba empezando a parecer un vejete un poco patoso, una figura cómica, vamos.
Y eso por no mencionar todo el tiempo que su yerno Urdangarín se ha dedicado a dejarlo
como un idiota que no sabe lo que pasa en su casa (real), con o sin la
connivencia de la infanta, que eso está aún sub
iudice. ¿Qué mejor manera de recomponer la imagen de un rey en plenitud de
facultades que sacarlo durante un safari, abatiendo al mamífero terrestre más
poderoso del planeta, en plan Tarzán, en plan Gran Cazador Blanco, en plan
macho alfa? La idea tiene su garra, hay que reconocerlo, si bien habría sido
preferible que omitieran al tipo rubio en pantaloncitos cortos que posa junto
al monarca, y que le da a la imagen un aire un tanto equívoco. Con lo que
seguramente no contaban esos hipotéticos asesores o creadores de opinión era
con que el rey iba a volver a poner el pie donde no debía y se iba a romper la
cadera, accidente clásico del vejete cuya imagen se quiere conjurar a toda
costa. Y tampoco esas palabras teñidas de arrepentimiento a la salida de la
clínica contribuyeron a alimentar la imagen buscada. Vamos, que a ningún Borbón
como Dios manda se le ocurriría pedir perdón como un niño al que su mamá ha
pillado haciendo una travesura. ¿Se imaginan a Fernando VII pidiendo perdón por
ser un déspota y devolver a España a la Edad Media? Ese sí que los tenía bien
puestos. Claro que entonces vuelven a la carga los asesores de imagen de su
majestad y (siempre según mi teoría) se dedican a sembrar rumores de que el rey
tiene un lío con una jamelga alemana que atiende al complicado nombre de Corinna
zu Sayn-Wittgenstein, aunque todos sospechamos que ni una sobredosis de viagra
haría factible tal milagro. Pero el golpe maestro, el as definitivo en la
manga, vino el pasado lunes, durante el tradicional discurso navideño. ¿Por qué
piensan que el rey abandonó la posición sentada de toda la vida para aparecer
apoyado en una mesa? ¿No repararon ustedes en el bulto de tamaño exagerado que
su majestad lucía en la entrepierna? Vamos, a qué esperan. Les invito a buscar
imágenes en internet y constatarlo. Salvo truco o relleno, nadie puede negar
que don Juan Carlos los tiene bien puestos. Y que tiemblen los independentistas
catalanes igual que tembló el elefante. ¡Con un par!
Aparecido en La Tribuna de Albacete el 31/12/2012