Cada año, a finales de agosto, se nos cuenta que las
circunstancias astronómicas nos permitirán ver el planeta Marte del mismo
tamaño que la Luna. Por fortuna, esto es completamente falso. No hace falta
tener conocimientos avanzados de física o de astronomía para imaginarse la
catástrofe gravitatoria que se desencadenaría si fuera verdad. Lo llamativo es
que, año tras año, se vuelva a repetir el mismo cuento y que siempre haya gente
dispuesta a creérselo. Yo diría que se trata de una cuestión de fe. El hombre
no solo necesita creer, sino que necesita creer más de la cuenta. No falta el
inevitable antropólogo que interpreta este hecho como un mecanismo de
supervivencia. Supongamos que un padre del neolítico le dice a su hijo: «Nene,
no juegues con serpientes, que es peligroso», mientras que el padre de la choza
de al lado, algo menos moderno, le dice al suyo: «Nene, si juegas con
serpientes vendrá el hombre del saco y te llevará». ¿Cuál de los dos niños piensan
que tendrá menos posibilidades de morir por culpa de una picadura de serpiente?
Hoy en día, además, contamos con un cauce excepcional para la propagación del
mito y la superchería. Sin internet, muchas falsas creencias que han alcanzado
rango global se quedarían en bromas o en chismes de barrio. Curiosamente, internet
es también la mejor fuente para encontrar explicaciones racionales y evidencias
que refutan las tonterías que la propia red se encarga de difundir. Veamos
algunos ejemplos.
¿Cuántas veces hemos oído que la muralla china es la
única construcción humana que es observable desde la Luna a simple vista? Pues
bien, vayamos a Google Earth y echemos un vistazo. Resulta que a un altitud de
tan solo 300 km. (aproximadamente la mitad de la altura a la que orbita el
satélite de Google) la muralla china es por completo invisible. Menudo chasco.
Por continuar con el tema de la Luna (fuente inagotable de leyendas antiguas y
modernas), ¿quién no ha oído hablar de esa teoría conspirativa según la cual
los alunizajes de la NASA no fueron otra cosa que montajes urdidos en un
estudio cinematográfico. Incluso existe un documental francés titulado Opération Lune que atribuye las imágenes
de los astronautas al cineasta Stanley Kubrick, e incluye la confesión de Henry
Kissinger y otros estadistas del momento. Solo al final de la película se nos
revela que se trata de una broma. Mientras tanto, mucha gente se habrá dejado
convencer de que lo de las misiones Apolo fue un camelo. Y quien no se haya
molestado en ver el final del documental, probablemente lo seguirá creyendo
toda su vida.
Existe la creencia arraigada de que el cuerpo de
Walt Disney fue congelado en espera de un avance médico que permitiera
resucitarlo, lo que resulta mucho más interesante que hacer una sencilla
comprobación y descubrir que sus cenizas reposan en un cementerio de Los
Ángeles. Basta con mirarlo en la web www.findagrave.com
(«encuentra una tumba»), donde de paso descubriremos que aquello de que Groucho
Marx se despidió con una broma final («perdonen que no me levante») no es más
que otra monserga. Ni siquiera hay un epitafio sobre su placa. Tan solo su
nombre, las fechas de nacimiento y de defunción y una estrella de David.
Necesitamos creer. El mito de que las alcantarillas
de Nueva York ocultan una raza de cocodrilos que se alimentan de detritus
encierra una dosis muy saludable de misterio y romance. Incluso la creencia,
mucho más humilde, de que una cucharilla de café impide que se escape el gas del
champán entraña cierta fe en un mundo mejor, un mundo en el que las leyes
físicas se someten a la voluntad humana. Hace unos años, desde las páginas de
este diario, inventé una historia de fantasmas cuyo escenario era el mismo
instituto donde trabajo. Más tarde ciertos investigadores de lo paranormal le
dieron carta de naturaleza reproduciéndola en un libro. Ahora mis alumnos
quieren venir al instituto de noche para realizar psicofonías y encontrar
pruebas de la existencia de esos espectros. ¿Y qué mal hay en ello? Al menos
ahora los chicos han encontrado un aliciente para venir al instituto.
Aparecido en La Tribuna de Albacete el 3/12/2012
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